Artículo sobre literatura y ajedrez publicado en La insuperable el 12 de junio de 2020.
«La relación no es desconocida ni novedosa: a lo largo de su historia, la literatura se ha llevado muy bien con el ajedrez. Desde la presencia en una simple comparación -o la predecible metáfora- hasta su centralidad en una obra narrativa, desde lo marginal hasta lo esencial, el milenario juego ha dejado su huella en páginas que disfrutaron innumerables lectores y en producciones cinematográficas de dispar éxito.
Son muchos los recorridos artísticos que podrían realizarse. Las obras literarias, los personajes, sus creadores, las transposiciones… Los filósofos, cineastas, pintores y artistas en general que se acercaron al ajedrez fueron multitud. Un itinerario variado es, por ejemplo, el que propone el periodista mexicano Hugo Vargas en Fianchetto. El ajedrez como una de las bellas artes. Se trata, claro, de un recorte dentro de un universo de difícil reducción.
Pero la existencia de esta relación ya tradicional, casi siempre amable, poco conflictiva, no ha inhibido a grandes escritores a la hora de analizar desde una perspectiva crítica la influencia negativa que la práctica del ajedrez podría ejercer sobre algunos aspectos de la personalidad, el pensamiento e, incluso, la conducta de aficionados –o profesionales- a los que muchas veces obsesiona.
J. M. Coetzee y Paul Auster abordaron el tema en su intercambio epistolar de 2009. Las cartas a las que nos referiremos pueden encontrarse en el libro Aquí y ahora: cartas 2008-2011[1]. Ambos se focalizaron principalmente en la competencia y, a partir de la narración de una experiencia concreta del nobel sudafricano[2], desgranaron duros conceptos que podrían sorprender a quienes ven en el ajedrez una panacea universal sin claroscuros».
Puedes ver el artículo original aquí.
[1] Buenos Aires, Anagrama & Mondadori, 2012.
[2] Carta de J. M. Coetzee del 6 de abril de 2009, págs. 57-59.