Publicado en La Vanguardia
Una lectura saludable: Contra la arrogancia de los que leen, de Cristian Vázquez (Trama Editorial). Son artículos monotemáticos (los libros y tal) que recorren los caminos abiertos por otros exploradores (Gabriel Zaid, Alejando Zambra, Daniel Pennac). Desmitifican, invitan a pensar e intentan practicar una pedagogía sin ínfulas. También buscan la anécdota como sucedáneo de categoría y hablan de citas apócrifas (atribuir a Cortázar un verso de Neruda), de lectura en el transporte público, del peligro de las recomendaciones, de un perfume com aroma (literal) a libros ( Paper Passion) y de la presentación de libros como género literario. Y el libro se cierra con la reflexión que justifica el título, sobre el error de creer que leer merece una consideración privilegiada.
Vázquez identifica los precedentes que desmienten cualquier superioridad y que sitúan la lectura en un ámbito muy minoritario respecto a los que no leen. La consecuencia de esta evidencia es que ya hayamos interiorizado que acabará siendo más habitual que los que no leen actúen de manera arrogante con los que leen y no al revés. Por suerte, los que no pueden combatir su naturaleza petulante y falsamente erudita no perderán sus privilegios. De hecho, la arrogancia de la que habla Vázquez ya no se aplica tanto contra los que no leen como contra otros lectores, quién sabe si porque el canibalismo permite mantener la jerarquía de la suficiencia intelectual y sus prebendas. Si en los años setenta sufrimos el lastre sectario del mandarinato marxista e hiperideologizado, empezamos a ser víctimas del neomandarinato de la corrección política disfrazada de radicalismo y de los esputos revolucionarios amparados por el populismo de género o de empoderamiento.
Es el atajo más corto para preservar la superioridad moral, pero aplicarla a los que viven felizmente sin libros no tiene gracia. En cambio, adoptar un rictus permanente de inquisidor (siempre es más fácil culpabilizar que argumentar) y elaborar teorías que intelectualizan la lectura hasta la náusea sí perpetúa el despotismo ilustrado que, con la coartada del debate, tiene poco que ver con la generosi-dad, la inteligencia y el compromiso que requiere la crítica (que evoluciona en París, Buenos Aires, Londres, Nueva York o México). El resultado son excedentes de corpus, consignas, dogmas y esbozos de listas negras elevados a tótemes transaccionales que, aprovechando la flaccidez comercializada de la prescripción, trasladan los anacronismos del postestructuralismo al ámbito de la creación, la edición, la difusión o la crítica. Vázquez nos ayuda a centrarnos más en realidades tangibles del libro y no en la especulación trascendente como método de intimidación. Porque, como pasa en tantos otros ámbitos (la política, sin ir más lejos), la cultura también sufre el furor manipulador de los que acaban prefiriendo la adrenalina de las luchas de poder que la esencia azaro-sa, imprevisible y contradictoriamente viciosa de la lectura.
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