Cuando hace varios años comenzó a hablarse de la autopublicación mucha gente del sector, entre la que me incluyo, lo observamos como un fenómeno periférico y marginal, una moda que pasaría en breve, de manera que observamos el fenómeno con displicencia, superioridad y muchos prejuicios.
Eso de autoeditarse un libro parecía un fenómeno friki o de geeks convertidos en paladines de la modernidad, al margen de autores que necesitaban incrementar su ego. Editar las poesías que compones en la ducha o las recetas de pastelería de tu tía madrina era algo ajeno al mundo editorial. La edición veía el fenómeno como algo absolutamente ajeno a sus problemáticas, pero el tiempo ha pasado y algunos (al menos yo) hemos cambiado abiertamente de opinión. Mirando cómo se veía el fenómeno hace unos años tan sólo encuentro algunos analistas que ya intuían que esto era algo más que moda friki, que era un fenómeno que se quedaría y repercutiría en el entramado de la industria editorial, se puede ver en Internet las apreciaciones de Celaya, Rodriguez y Gozzer sobre el tema en aquellos años. Las tecnologías digitales han puesto la autoedición de libros al alcance de cualquiera, y los datos comienzan a ser concluyentes y tercos en cuanto a la magnitud del asunto y su repercusión comercial. Un error de bulto importante.