Ya se sabe que los muertos se ocupan de nosotros. Nosotros creemos que nos ocupamos de ellos, y así es, pero mucho menos de lo que ellos se ocupan de nosotros. Te dejan mapas, y otro mundo que habitar. (Alejandro Gándara)
Nos dejan también palabras, quisiera añadir.
Pasamos en estos días por fechas que invocan a los que ya no están entre nosotros. Su «presencia ausente» se nos cuela sin quererlo entre las hendiduras de la memoria: algunos la conjuran con celebraciones religiosas, otros con festejos de remoto origen céltico, pero todas ellas están ungidas con un bálsamo de palabras.
Sirvan estas que ahora revisito con ustedes para convocar a las mejores de aquellos que se nos fueron:
El goce de poder contemplar una bella y sugerente portada; tener en las manos una historia impresa en papel y disfrutar del paso de sus páginas satinadas; poseer un dispositivo electrónico (eReader) que nos permite el acceso a cientos de títulos; todos ellos sin duda son motivos para acercarse a la lectura, pero me atrevería a calificarlos de colaterales o complementarios.
No deja de sorprenderme el tesón que muchos profesiones del libro y la lectura (y no estoy pensando solo en editores) ponen en demostrar su validez, utilizando argumentos que desde mi humilde opinión tienen que ver más con lo que circunda a la lectura que con su significado más íntimo y primigenio.
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