Llámenme rebelde, maniática, exagerada o lo que quieran, pero las continuas admoniciones acerca de la bondad de determinados productos o acciones siempre me hacen sentir ganas de echar a correr en dirección contraria. No sólo eso: despiertan en mí la sospecha -paranoica, por supuesto… ¿o no?- de que quieren manipularme y de que tal vez detrás de esos consejos aparentemente dirigidos a aumentar mi bienestar hay oscuros intereses. Así, de repente la grasa es mala, malísima, mortal de necesidad. Las pantallas de TV y los suplementos dominicales se llenan de programas y artículos dedicados a convencernos de que -por nuestro bien- hay que consumir únicamente productos light, aunque no sólo sepan peor que los normales, sino que cuesten más caros. ¡Ah, es por tu salud!, dicen. ¿Nos ponemos acaso todos morados de tocino cada día? ¿Realmente llevando una dieta normal es tan malo comerse un yogur con toda su grasa (que es más bien poca)? ¿Está la gente con una salud aceptable condenada al fiambre de pavo -mejor si es bajo en sal, ya puestos- y a no acercarse a las morcillas ni de lejos? Qué quieren, a mí tanta insistencia me huele a chamusquina.
Seguir leyendo en Notas para lectores curiosos.
Si quieres estar al día de nuestras actividades, colecciones, propuestas, cursos, ofertas, date de alta en nuestro boletín semanal.