En el libro Javier Pradera. Itinerario de un editor (Trama, 2017) se menciona en diversas ocasiones, y siempre admirativamente e incluso con cierta nostalgia, una iniciativa editorial cuya posteridad parece haber sido, cuanto menos, bastante modesta y restringida a quienes tuvieron la suerte de conocerla en activo, ni que fuese como lectores. En «Contra la melancolía o la continuidad del oficio», que recoge una intervención en un curso de verano en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de 2001, Pradera menciona el nombre de Daniel Jorro en una retahíla de editores entendidos como empresarios y a la vez hombres de letras (el modelo de «editor-presidente de la república», en terminología de Robert Laffont), flanqueado por apellidos tales como Aguilar, Salvat, Caralt, Losada o Janés. Pero en el mismo marco, ya en un texto de 1977 que se publica aquí con el título «El editor ante el espejo», lo situaba también en una pléyade de editores que habían asignado su nombre propio a la empresa que dirigían (Caro Raggio, Plaza, Bruguera, Barral…).
Sin embargo, en los índices onomásticos de la monumental Historia de la edición en España dirigida por Jesús A. Martínez Martín, el nombre de Daniel Jorro aparece referenciado en una única ocasión, y remite al siguiente pasaje del capítulo «El comercio de libros. Los mercados americanos», que firma Ana Martínez Rus: «Las editoriales españolas enviaban [a América] mayoritariamente literatura, más que libros científicos y manuales, donde únicamente destacaban Jorro, Beltrán, Salvat y Gili.»
La explicación de esta aparente desproporción puede residir muy probablemente en la amarga confesión de quien con más detalle parece haber estudiado esta editorial, Quintana Fernández, quien antes de entrar en materia en «Daniel Jorro, editor. Una nueva dimensión de la Ecclesiadispersa de la I.L.E.» nos previene de que las fuentes primarias para su estudio son muy escasas, y que, más allá de algunas referencias puntuales (menciona a Gabriel Navarro Molina, Jean-François Botrel y la Historia del libro españoldirigida por Hipólito Escolar Sobrino), las fuentes secundarias y terciarias son casi inexistentes. Entre las fuentes primarias de fácil acceso, se encuentran por ejemplo algunas cartas al científico italoargentino José Ingenieros (1877-1925) y una fechada en 1911 en la que se rechaza la posibilidad de publicar una obra del criminalista Pedro Dorado Montero (1861-1919), a quien se tiene por uno de los más importantes antecedente de la criminología radical.
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