Este verano he estado reorganizando mis libros. Hacía siglos que no lo hacía y ya casi no sabía qué había comprado, dónde, o quién me lo había recomendado. Los libros, además de amontonados en las estanterías, estaban tirados por el suelo o en columnas retorcidas y mal cimentadas (“Los libros son unos invasores implacables. Como quien no quiere la cosa, haciendo gala de una paciencia infinita y en número siempre creciente, se adueñan del lugar.” Bernard Pivot, De oficio, Lector).
Después de organizar la ficción alfabéticamente, la no-ficción por temática y de dejar los huecos apropiados en cada balda para los que estén por llegar (esto es muy importante, por ejemplo, las baldas que tienen los autores que empiezan por la letra G y por la letra M hay que dejarlas bien aireadas, o rápidamente el suelo empieza a llenarse de libros otra vez), mi biblioteca ha quedado ordenada y funcional. Y al poner orden no solo he acabado con el caos de mi habitación, sino que además me he dado cuenta de dos cosas muy importantes.
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