No parece que sean buenos tiempos para la lectura, y de vez en cuando surge algún artículo para confirmarlo.
Uno de los últimos ha sido reseñado en The Conversation . El estudio fue llevado a cabo en EEUU, analizando datos de casi un millón de adolescentes recogidos desde 1976.
Los resultados muestran que los adolescentes cada vez dedican menos tiempo a la lectura en favor de las pantallas y los nuevos medios de distribución de contenidos (como Netflix).
Algo que podíamos esperar, pero aún así sorprende la amplitud de los datos y la contundencia de los resultados. Además, el seguimiento a lo largo de ese periodo tan dilatado permite desmentir una afirmación popular: que los nuevos medios pueden convivir con los antiguos, sin que ello signifique un desplazamiento. Convivencia hay, pero está claro que ha habido un fuerte desplazamiento en favor de las pantallas, al menos para los adolescentes estadounidenses de estas últimas décadas.
Como se apresuran a comentar los autores, los adolescentes sí leen pero se han acostumbrado a leer textos cortos, en detrimento de los textos más largos en formato libro o artículo (interesante también el apunte de que los jóvenes siguen leyendo libros, pero la lectura de libros por placer va en descenso).
¿Y por qué importa ese cambio de preferencia, de textos largos a lectura breve? En palabras de los autores:
Leer libros y artículos largos es una de las mejores maneras de aprender cómo pensar de manera crítica, comprender temas complejos y separar los hechos de la ficción. Es crucial para ser un votante informado, un ciudadano comprometido, un estudiante exitoso y un empleado productivo.
En esa misma línea se manifestaba Maryanne Wolf en un artículo paraThe Guardian. Wolf es investigadora en neurociencia, así que su foco está puesto en los cambios neuronales que el hábito de la lectura fragmentada puede acabar produciendo, y no sólo en los jóvenes. Wolf comenta:
La posibilidad de que el análisis crítico, la empatía y otros procesos de lectura profunda puedan ser el inesperado daño colateral de nuestra cultura digital no es una simple cuestión binaria sobre la lectura impresa versus la digital. Es sobre cómo todos hemos empezado a leer y cómo eso cambia no sólo lo que leemos, sino también los propósitos por los cuales leemos. Tampoco es una cuestión que afecte sólo a los jóvenes. La sutil atrofia del análisis crítico y de la empatía nos afecta a todos. Afecta a nuestra habilidad para navegar por un constante bombardeo de información. Incentiva un retraimiento a nuestros silos familiares de información no contrastada, que no requiere y no recibe análisis, dejándonos a merced de la información falsa y la demagogia.
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