Imaginemos que hemos sido atrapados por la maldición de tener que publicar continuamente, aunque sea de oídas y citando datos de soslayo, porque somos científicos o aspirantes a científicos y nuestra naturaleza consiste en conocer los fundamentos de nuestra disciplina, pero, también, los últimos descubrimientos, las últimas tendencias, las más modernas vías de investigación e indagación, y debemos contribuir a su avance construyendo sobre materiales preexistentes, aupándonos sobre los hombros de los demás para que, a su vez, los que vengan se encaramen a los nuestros.Imaginemos que somos científicos que pertenecemos a una comunidad restringida de conocimiento, con un lenguaje altamente especializado, que consultamos y bebemos de las mismas fuentes bibliográficas y aspiramos a publicar en las mismas revistas de referencia; imaginemos que, en buena medida, el prestigio de una revista y los índices de impacto de los artículos que en ella se publican tienen que ver, precisamente, con que todos quieran publicar en la misma revista, que existe un exceso de oferta intelectual para un espacio restringido en el papel, y que eso provoca que muchas investigaciones queden arrinconadas o se resignen a ser publicadas en revistas invisibles para los comités de evaluación; imaginemos que el periodo que transcurre entre que entrego un original para evaluación y el de su eventual o improbable publicación sea de un año, tiempo en el que resulta plausible que nuevos descubrimientos invaliden por completo mis afirmaciones; imaginemos que, además, tengo que pagar por lo que leo porque el conocimiento que he producido, en gran medida financiado por organismos públicos o mediante subvenciones públicas de distintos programas ministeriales, será publicado en revistas que pertenecen a editoriales con legítimo ánimo de lucro; imaginemos que si voy a un servicio de reprografía con la intención de fotocopiar un artículo que yo mismo he escrito, que esté incluido en un volumen colectivo, recibiré una negativa por respuesta, porque deliberada o inconscientemente sometí mi creación al imperio del copyright (con la esperanza oculta, quizás, de hacerme famoso y rico a partes iguales); imaginemos que voy a una librería, incluso a una buena librería especializada, con la esperanza de encontrarme entre los happy few, los pocos volúmenes afortunados que allí se expongan y, por más que busque y rebusque y pregunte al librero, mi libro no está allí y, lo peor de todo, nadie tiene intención de reclamarlo ni exhibirlo.
Imaginemos ahora, por un momento, que todo lo contrario fuera posible: eso es la Edición 2.0., si me pidieran que diera una definición breve y fundamentada. Uno de los orígenes conocidos de Internet fue, precisamente, el de proporcionar a los físicos de partículas y altas energías un vehículo de comunicación que les mantuviera sencillamente en contacto, multilateralmente, generando redes de relaciones estables capaces de intercambiarse experiencias y contenidos digitalmente. No sé quién fue el genio capaz de transformar las señales analógicas en digitales pero sí que Tim Berners-Lee realizó una labor equiparable a la que Gutenberg realizara cinco siglos antes: poner al alcance de una comunidad los medios para acceder de manera sencilla a la información. El prodigio se comenzó a obrar, la inversión de los procesos editoriales tradicionales comenzaron a producirse, en el momento en que una comunidad de especialistas intercomunicados podían generar, hacer circular y consultar los contenidos por ellos mismos producidos sin necesidad alguna de intermediación editorial, y así se encarnó en los ArXiv.org1. Hablando con propiedad, aquellos primeros archivos en red recogían pre-prints, textos todavía no impresos y publicados en revistas convencionales, material todavía en bruto para discutir y moldear, pero contenían ya el germen de la revolución: la generación de comunidades virtuales de intereses que disponían de sus propios medios de producción para hacer circular libremente el fruto de su trabajo. Ni el más ortodoxo de los marxistas hubiera creído tener su sueño más al alcance de la mano.
Estas primeras iniciativas no dejaron de suscitar suspicacias cuando no abiertas críticas, amparándose en el falso dictamen de que no se existía proceso de selección o evaluación alguno, o de que la gratuidad escondía forzosamente conspiraciones políticas globales o de que prescindir de los habituales intermediarios editoriales era poco menos que una perversión. Si la historia de las religiones algo nos enseña es que los anatemas no tienen consistencia ni efecto alguno sobre los espíritus descreídos, y así fue lo que sucedió inmediatamente con los Open Archives temáticos, en economía2 o psicología e informática3, por ejemplo (amparados todos por la filosofía y la tecnología inscritas en la iniciativa global de archivos abiertos), o con los Postprints, con la literatura gris que después de haber sido expuesta o exhibida no encontraba canal alguno donde perdurar (las Tesis Doctorales son, sin duda, uno de los mejores ejemplos de conocimiento tradicionalmente desperdiciado. Hoy cabe encontrarlo en The Networked Digital Library of Theses and Dissertations).
Puede que en los años noventa, aunque se nos antoje un tiempo todavía al alcance de la mano, no se percibiera el imparable dinamismo y capacidad de transformación que la suma de lo digital, las redes que lo transportan y la popularización de las herramientas informáticas que lo producen comportaban. En manos de usuarios más o menos expertos una computadora con acceso a la red entrañaba la promesa de la emancipación editorial, aunque los mecanismos sociales, sociológicos, de reconocimiento y acreditación no quisieran o pudieran todavía tener en cuenta esa eventualidad virtual, y aunque los añejos corsés del copyright intentaran todavía meter en cintura una forma de creación liberada de esa ambición.
Imaginemos, por repetir el ejercicio ahora que estamos habituados, que alguien posee y domina una herramienta con la que puede generar contenidos y comunicarlos; imaginemos que puedo ofrecer a la comunidad de sus pares los resultados de sus descubrimientos, con la esperanza, efectivamente, de ser reconocido y aceptado, pero no necesariamente gratificado; imaginemos que existen espacios comunes y alternativos para la publicación de esos contenidos, y que los índices de impacto de nuestros artículos se multiplican exponencialmente más allá de los canales tradicionales de divulgación, de las selectas y restringidas cabeceras que habían acordonado el campo científico; imaginemos que un abogado se ha dado cuenta de que hay científicos y creadores que desean manumitir sus contenidos, obtener reconocimiento por ello, claro está, pero dejándolos circular si las cortapisas legales del anciano copyright, graduando a voluntad el límite de deformación del texto original; imaginemos que bajo ese nuevo régimen de explotación puedo fotocopiar mis artículos y, no sólo eso, sino que animo a que los demás los fotocopien (digitalmente) sin trabas ni limitaciones; imaginemos que mi obra está permanentemente disponible, que no se agota, que no se descataloga, que forma permanentemente parte del acervo de conocimientos de la humanidad; imaginemos que no pago por leer lo de los demás, pero pago por publicar lo que yo escribo, detrayendo una cantidad de mi presupuesto de investigación para la comunicación y circulación públicas de sus resultados. Esto es, también, Edición 2.0., definida ahora positivamente, como corolario o concatenación lógica de la metamorfosis que se produce cuando se transforman los medios de producción, circulación y uso de los contenidos.
Si la Web 2.0 comporta la reapropiación de la web por parte de sus usuarios, la resocialización de sus redes, por comparación con una primera versión o fase de la web dirigida o teledirigida por agentes distantes o ajenos a los intereses de sus usuarios, la Edición 2.0. supone el usufructo directo de las herramientas editoriales y de los contenidos por ellas generados, por oposición a las restricciones y sistemas legales de control y filtrado del sistema editorial anterior, la generación colectiva de contenidos, de manera anónima o no, con la voluntad expresa de que formen parte de obras más extensas, de libros red, de redes de libros o de artículos encadenados.
Dentro del ámbito científico, campo en el cual se desarrollan y materializan todas las vertientes de la Edición 2.0., representaron hitos institucionales importantísimos las declaraciones de Bethesda6, la Berlin Declaration on Open Access to Knowledge in the Sciences and Humanities7 —realizada en el Max-Planck Institut—, la Budapest Open Access Initiative8, amparada e impulsada por un filántropo poco sospechoso de no creer en la empresa privada, George Soros, la misma declaración de la muy distinguida Cámara de los Comunes Británica, Science and Technology- Tenth Report9 o, finalmente, los Washington DC Principles for Free Access to Science10, que nos advierten de que el movimiento por la difusión libre del conocimiento a través de una edición renovada no es un mero entretenimiento de jovencitos alternativos, sino un movimiento editorial telúrico que conmoverá (está conmoviendo ya) los cimientos de las convicciones editoriales tradicionales.
Es posible que en pocas publicaciones se sustancien tan completa e íntegramente todos estos principios, transformaciones y nuevas posibilidades como en la Public Library of Science (PLOS)11, en cualquiera de las revistas especializadas que publica: Plos Biology; Plos Medicine; Plos Computational Biology; Plos Genetics; Plos Pathogens; Plos Clinical Trials; Plos ONE; Plos Neglected Tropical Diseases, amparadas y respaldadas por Premios Nobel, que desmienten con su apoyo una de las fementidas calumnias contra las publicaciones gratuitas de libre acceso. Pero no sería justo si no mencionara —además del DOAJ (Directory of Open Access Journals)12—, aunque sólo sea de paso y someramente, el espíritu pionero del Servicio de Publicaciones de la Universidad Politécnica de Cataluña13 y su reciente UPCommons14, el comportamiento consecuente con sus fines del Consorcio de bibliotecas públicas de Madrid y la UNED (Consorcio Madroño), con su portal de libre acceso e-ciencia15, la posición de vanguardia ocupada por RACO (Revistes Catalanes amb Accés Obert)16, la propuesta iberoamericana de Scielo17, la aventura española de e-revist@s18, la bulimia digital de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes19 y véase nota 20.
Con ocasión del congreso celebrado en febrero de 2007 en Bruselas, Scientific Publishing in the European Research Area Access, Dissemination and Preservation in the Digital Age 21, síntoma, al menos, de que las autoridades políticas debían asumir una posición pública respecto al movimiento editorial del open access, se emitió un comunicado final firmado exclusivamente por editores comerciales, la Brussels Declaration on STM Publishing22, cuyo contenido sólo pudo cubrir las expectativas de un bando a tenor del regocijo que la International Association of Scientific, Technical and Medical Publishers experimentó23. La declaración consta de diez puntos y dice así:
1. La misión de los editores es la de maximizar la diseminación del conocimiento a través de modelos de negocio económicamente autosostenibles.
2. Los editores deben organizar, gestionar y financiar el proceso de revisión por pares que sostiene las publicaciones científicas.
3. Los editores lanzan, sostienen, promueven y desarrollan las revistas científicas para el beneficio de la comunidad escolar.
4. Los modelos actuales de licencias de contenidos —léase Creative Commons— están arrojando cifras de acceso masivo a las publicaciones científicas y a los resultados de las investigaciones.
5. El copyright protege la inversión del autor y del editor.
6. Los editores promueven la creación de archivos protegidos mediante copyright para la preservación a perpetuidad.
7. Los datos todavía sin procesar de las investigaciones deberían ser accesibles para todos los investigadores.
8. La publicación de contenidos en cualquier medio o soporte tiene costes.
9. Los depósitos o contenedores abiertos de contenidos en la red amenazan con desestabilizar los beneficios que se derivan de las suscripciones y acabar con el proceso del peer review.
10. No funcionarán nunca las «soluciones únicas para todos».
Una declaración alternativa, que basándose en la anterior la refutara ampliándola, y que constituyera una tercera definición programática de la Edición 2.0., podría ser la siguiente:
1. La misión de los editores es la de maximizar la diseminación del conocimiento a través de modelos de negocio económicamente autosostenibles: PLOS ha demostrado, por ejemplo, que la inversión del procedimiento editorial habitual —pagan quienes publican y leen gratuitamente aquellos a quienes interese— es un modelo de negocio perfectamente viable que reinvierte el dinero público gastado en investigación en la diseminación pública de sus resultados, revirtiendo en la comunidad lo que ésta ha pagado previamente. Existen, qué duda cabe, otros modelos de negocio alternativo que suelen obviarse interesadamente, y que pueden encontrarse en publicaciones como «El régimen económico de las publicaciones electrónicas»24.
2. Los editores deben organizar, gestionar y financiar el proceso de revisión por pares que sostiene las publicaciones científicas, tanto las publicadas por editores comerciales como las que editan sus contenidos gratuitamente. Nadie, hasta donde yo sé, ha discutido este modelo. Que se lo pregunten a James Watson25, Premio Nobel, descubridor de las cadenas del ADN y firme partidario de la publicación mediante los mecanismos del open access.
3. Los editores lanzan, sostienen, promueven y desarrollan las revistas científicas para el beneficio no sólo de la comunidad escolar sino, también, de la sociedad en su conjunto, que con sus impuestos hace posible el desarrollo de la investigación básica, y del procomún universal, permitiendo el acceso a otros países económicamente impedidos a los recursos intelectuales.
4. Los modelos actuales de licencias de contenidos —léase Creative Commons— están arrojando cifras de acceso masivo a las publicaciones científicas y a los resultados de las investigaciones, y queremos que siga siendo así. Cuando las herramientas, los medios de producción, vuelven a manos de quienes los utilizan, ciertos intermediarios dejan de tener sentido.
5. El copyright protege la inversión del autor y del editor, y abogamos por que quien quiera seguir utilizándolo pueda seguir haciéndolo, sin que sea deseable ni posible violarlo. Abogamos, igualmente, por todo lo contrario: por que las sociedades de gestión colectiva de derechos propongan a sus socios el uso de licencias
Creative Commons para el crecimiento de los índices de impacto de sus publicaciones, el incremento de su visibilidad y el alcance global de sus trabajos.
6. Algunos editores promueven la creación de archivos protegidos mediante copyright para la preservación a perpetuidad, otros promueven todo lo contrario: archivos abiertos a toda la comunidad científica, a toda la sociedad, open access, en definitiva.
7. Los datos todavía sin procesar de las investigaciones deberían ser accesibles para todos los investigadores, obviamente, tal como viene haciendo hace lustros ArXiv.org.
8. La publicación de contenidos en cualquier medio o soporte tiene costes,pero son los editores quienes deciden de qué manera se financian, y no existe un solo modelo canónico que los costee.
9. Los depósitos o contenedores abiertos de contenidos en la red amenazan con desestabilizar los beneficios que se derivan de las suscripciones y acabar con el proceso del peer review, y qué le vamos a hacer. También los libreros se quejan de que las librerías virtuales les quitan clientes y la Enciclopedia Británica de que vende menos desde que la Wikipedia existe y los quiosqueros de que la gente ya sólo lee la prensa en Internet, y la telefonía móvil de que la voz sobre IP les resta cuota de mercado, y cualquier gremio podría, en este orden y de esta guisa, exponer sus quejas y quebrantos, sin repercusión alguna a no ser que sepan cabalgar la ola que viene.
10. No funcionarán nunca las «soluciones únicas para todos», efectivamente, y la que menos funcionará de todas es la de un modelo de edición de contenidos científicos, técnicos y médicos anclado en modelos de creación, difusión y uso predigitales.
La Edición 2.0. ya está aquí.