Los libreros que quieran continuar en el negocio van a tener que hacer algo más que colocar libros en las estanterías y esperar para venderlos.
El cambio en las librerías
Mientras preparaba este reportaje sobre «el futuro de las librerías» –los cambios a los que es más que probable tengan que adaptarse–, han aparecido noticias similares y artículos sobre el mismo tema casi a diario. En realidad, llevamos todo el año con referencias sobre la desaparición o el cierre de librerías, desde los Estados Unidos, Australia, Londres o España. Las razones pueden ser muy diferentes según el tipo de librería del que estemos hablando: la actual crisis, estrategia comercial, pocas ventas, etc. En ningún caso podemos asegurar –y menos en nuestro país– que a día de hoy una librería cierre por la aparición del libro digital –más bien al contrario, al menos en la Red–, a pesar de la irrupción de Amazon y sus superventas navideñas de libros gratis –valga la paradoja–. Todavía.
Muchas declaraciones a favor y en contra del libro digital o del libro de papel no aportan demasiado por obvias, por reiterativas, por caprichosas y en ocasiones por falta de lógica. Tanto a favor de un formato como del otro. Cada uno tiene sus ventajas e inconvenientes con respecto al otro, y serán las generaciones futuras las que terminarán pronunciándose. De manera que decir que los dos formatos convivirán durante mucho tiempo –lo cual es cierto– ya no es añadir mucho. Ni aunque lo diga Umberto Eco en una defensa abierta, legítima y lógica en su experiencia –el papel es lo que conocemos– del libro impreso cuando declara que si tuviera que dejar un mensaje a la humanidad lo haría en un libro de papel, puesto que se sabe que los archivos digitales corren el riesgo de desaparecer o deteriorarse por su volatilidad. ¿El papel no?
Sea como fuere, lo importante son los libros y cómo podamos acceder a ellos, dónde comprarlos y de qué manera. El lector no puede hacer más que comprar y leer, también comentar y desear, pero son los agentes comerciales de la cadena de valor del libro los que verdaderamente tienen en las manos cuidar de su negocio debido a los cambios tecnológicos y de hábitos de lectura (y aprendizaje, no nos olvidemos, porque será fundamental). En este caso hablamos de las librerías.
Se oye llover. ¿Viene la tormenta?
Son días también de predicciones sobre el futuro de todo lo que tiene que ver con el sector. No es mi papel, sólo intentaré aplicar la lógica y sacar algunas conclusiones. No habrá «10 predicciones sobre el futuro de las librerías». Ya se han hecho muchas reflexiones, dado muchas opiniones, algunas más acertadas, otras más arriesgadas, pero lo cierto es que existe un punto de encuentro común: las librerías van a tener que adaptarse de un modo u otro a los cambios que va a traer el libro digital. Puede parecer un punto en común que de tan lógico parezca peregrino, pero si tenemos en cuenta que según el informe sobre «El libro y las nuevas tecnologías. El libro electrónico» (Servicio de Estudios y Documentación. Dirección General del Libro, Archivos y Bibliotecas. Ministerio de Cultura, septiembre 2009) todavía sólo el 36,6% de las librerías tienen web propia, entonces ya no nos parece tan absurdo resaltar lo que para muchos es una evidente necesidad, incluso mucho antes del temido libro electrónico.
Borders, Barnes & Noble, Shakespeare and Co. y Crisol –definitivo– han tenido un mismo fin, pero lo único que les une en ese fin es que sus síntomas de declive venían de lejos, de antes del ebook, el eReader, el iPhone y cualesquiera de los fabricantes a los que se les señale como «enemigos» posibles. Ni siquiera hablamos todavía de librerías pequeñas, de barrio. Mientras unos focalizan las causas de sus cierres en cambios estructurales importantes, precisamente dirigidos al nuevo formato digital (Barnes & Noble y su lector Nook), otros sencillamente ven cómo sus ventas disminuyen porque cada vez dependen más de un solo título, y Amazon es perfecto para ese tipo de ventas. En España muchas librerías también dependen de Zafón, Brown, Larsson, para salir adelante, y son El Corte Inglés (y sus variantes) o Carrefour quienes sirven felices la cantidad necesaria de esos títulos (pero también las papelerías que sólo venden tres libros, esos tres libros). En Francia no siempre dependen tanto de ese pico de ventas de best-sellers, y muchas editoriales, como librerías especializadas, viven del goteo de sus títulos de fondo. Cada caso y lugar tiene su explicación.
Cadenas y grandes superficies y agentes nuevos
Hace poco, la Asociación de Libreros Estadounidenses (American Booksellers Association) publicó una carta abierta al Departamento de Justicia para pedir alguna regulación que impida que Amazon, Target o Wal-Mart vendan libros, sobre todo best-sellers, a menos de 10 dólares. Hablamos todavía de libros en papel. Esto supone hoy muchas más pérdidas que la aparición del libro electrónico. En España al menos tenemos el precio fijo, pero en papel. En digital es otra cosa, porque el precio dependerá de qué tipo de libro hablemos, si tiene valor añadido, vídeo, hipervínculos, música, actualizaciones, etc., y fijar un precio en un formato con tantas posibilidades es casi imposible. Quizá eso sólo fuera posible con un formato estándar, el texto tal cual volcado al formato digital sin ningún tipo de interconexión o hipervínculo.
El problema viene de lejos: las grandes superficies acaparan mucho mercado, sobre todo el de los superventas. La solución –también lógica– que se viene dando desde entonces y de manera reiterada, aun antes de la aparición del ebook, es que las librerías pequeñas deben especializarse, bien sea por temática, género, formato, etc. Ya en el Líber del 2005, Francisco Martínez, presidente de la Agrupación de Distribuidores de Libros y Ediciones, resumía que las librerías medianas debían tratar de evitar ser una réplica en pequeño de la gran superficie, con los best-sellers bien destacados, para pasar a ofrecer esos «libros inencontrables». A diario comprobamos que es una posición difícil para los libreros y que no todos siguen ese consejo. Es lógico que las pequeñas y medianas quieran su cupo de ventas de Larsson y Zafón; aunque sin diferenciación, sin defender tanto un escaparate como un espacio propios, esta actitud tiene algo de suicida. Quienes sólo leen el «libro del año» acudirán a Amazon o a la gran superficie. También es cierto que hoy algunas librerías ya apuestan sólo por los cuentos, otras por el bolsillo, por la fotografía, la novela negra, erótica, y así se van abriendo opciones para encontrar un lugar y una oferta concreta y diferente. Para la entrada en juego de lo digital, las soluciones que se dan son similares a las que ya se daban ante la competencia con las grandes cadenas.
Es posible que Amazon ponga su vista en España y se implante aquí mismo, más allá del Kindle como embajador de la plataforma. La FNAC sigue siendo prudente –en sus declaraciones– y dicen estar «a la expectativa para ver cómo se organiza el asunto de los contenidos». Opinan que los eReaders todavía «están en una etapa de lanzamiento, por lo que –piensan– de momento no serán producto de una gran penetración o demanda». Esto a pesar de que en FNAC Francia tienen su propia plataforma digital en su web. Presumo que aquí no tardarán en abrir su pestaña en la web para los ebooks, aunque lo cierto es que las ventas de libros electrónicos en Francia estas Navidades no han sido tan altas como se esperaba. El Corte Inglés ya vende libros electrónicos a través de Publidisa; para ello tienen su propio apartado en la web. La Casa del Libro también lo hace con Publidisa, más bien a través de Publidisa, porque si se quiere entrar desde su web es más que complicado. Además, la Casa del Libro ha abierto librerías «físicas» en los dos últimos años. Google Edition dejó de ser un rumor desde hace tiempo, y sólo falta que las editoriales que quieran lleguen a algún acuerdo con ellos para poder descargar libros digitalizados por Google, de dominio público (todavía pendiente la cuestión de los derechos) o de las editoriales adscritas a su programa. De nuevo, todavía no hablamos de calidad y enriquecimiento o valor añadido al texto.
Desde librerías La Central me dicen que «están estudiando las maneras de proponer el nuevo formato digital a los clientes de la manera más práctica posible». Este servicio pasa, entre otras cosas –afirman–, por una reestructuración de la página web. «Las condiciones, al menos las económicas, dependerán al igual que ahora de los editores». De momento, sus planteamientos están en desarrollo y no tienen fecha definida para la comercialización de los libros digitales.
Pero, además de todos estos espacios conocidos, están surgiendo nuevos agentes: Publidisa, que ya hemos nombrado, como plataforma de dos grandes cadenas, Amabook, del grupo Urano, Leer-e, y las muy recientes Abac –del grupo Eroski junto a Abacus, Vicens Vives, Ferrán Soriano y Cultura 03– y Lector.com. En Cataluña han sido los primeros en tomarse lo digital en serio y Edi.cat va sumando sellos a sus plataformas. Incluso –atención–, Telefónica y Vodafone ya dedican una plataforma para los libros digitales en formato móvil.
Los movimientos de las editoriales en este sentido van a ser muy importantes. Santillana, el Grupo Planeta y Random-House esperan poder tener lista en primavera una nueva plataforma de distribución y venta online de ebooks (y se espera que pronto se unan a esta iniciativa otras editoriales relevantes que todavía dudan entre vender con las librerías de siempre o la unión de editoriales en una plataforma independiente, sin contar con los libreros para la venta del formato digital: el proyecto de Abac). Para ellos, como para la Editorial Roca, va a seguir siendo importante tener en cuenta al pequeño y mediano librero, quienes venderán los libros a través de sus webs (suponemos que las que, por fin, las tengan listas y en condiciones mínimas). Así se lo hicieron saber a CEGAL en su última reunión con los editores a propósito del libro digital. En la reciente Feria del Libro de Guadalajara de México, las conclusiones han sido similares: no dejar al librero desamparado y que éstos sigan siendo el canal de venta del libro, sea en el formato que sea. Luis Francisco Rodríguez, director ejecutivo de Publidisa, y José Manuel Oliveros, encargado de marketing de Trevenque, han sido los artífices de este convenio.
Excusas más o menos técnicas
Como vemos, mientras unos se preparan, otros titubean. Y si todavía algunas de las grandes librerías dudan o parece que por ahora ni se lo plantean, a pesar de que editoriales como Planeta y Mondadori ya han manifestado abiertamente su futuro digital, ¿qué pueden hacer el resto de las librerías? Las de siempre, como las llamamos. Se aduce desde librerías y algunas editoriales que no hay demanda de ebooks –todavía–, que los aparatos son caros –todavía–, y aún están por evolucionar todo lo que deberían o podrían. Que hay lagunas importantes como la cuestión de los derechos y porcentajes. Cierto. Que la cuestión de los formatos y el DRM (Digital Rights Management, Gestión de los Derechos Digitales) plantea todavía más dudas.
Aunque algunas de estas razones son suficientes para pensar bien el cómo y el porqué de la adaptación a lo digital, ninguna es lo suficientemente fuerte para ralentizar demasiado la transformación, y suenan un tanto a excusa. ¿Por qué? Para empezar, es posible que en una o dos generaciones, con la entrada de los ordenadores portátiles en las escuelas, ya no existan estudiantes que hayan trabajado en clase con papel, y los libros impresos serán para ellos algo tan vintage como el walkman y el vinilo, aunque no me gustan demasiado las analogías del sector discográfico con el editorial, pero digital oblige. Puede ser una exageración, es cierto, pero la exageración sólo quiere ubicar a aquellos que se aferran al papel para que repasen los cambios que han sufrido en su cotidianeidad con respecto a la vida de sus padres, no ya de sus abuelos. Y aunque pensemos –y sabemos– que el libro tal y como lo conocemos tiene un componente especial, de valor intrínseco, además de vehículo de cultura, transmisión de lenguaje, pensamiento humano, etc. (argumentos relativos según el que coge un libro, pues a aquel que sólo lee el best-seller del año no le interesa tanto estos valores como poder pasar un buen rato con un libro «de esos que no puedes dejar de leer»; además, las editoriales de hoy –no todas, pero casi–, como muy bien recuerda Jason Epstein, necesitan alguno de estos best-seller para sobrevivir), no por ello, y a pesar de las peticiones a contracorriente de autores como Silva en el último FICOD para la creación de un protectorado del libro de papel –o del propio librero–, van a ser eternos o, al menos, de uso común para las generaciones que estudien, trabajen y se manejen casi exclusivamente con lo digital.
Entiéndase que no me posiciono, sólo trato de ver algunas cosas como irremediablemente empiezan a ser, no como me gustaría que fueran. No hay semana que no haga repaso a las librerías de viejo y «de nuevo», no hay viaje en que no dedique tiempo a rastrear papel amarillento por todas las esquinas, pero eso no me puede impedir ver que nuestros sucesores se manejarán de forma diferente. No me pongo de ejemplo, no me gusta, entro en la anécdota para evitar las suspicacias que de uno y otro lado se dan cuando se expone este panorama. No soy un vehemente apasionado e interesado en las nuevas tecnologías ni me paga ninguna plataforma digital para convencer a nadie ni me enloquecen todavía los eReaders tanto como para abandonar de por vida el papel (imposible, y no es necesario el romanticismo en esto, es sólo una cuestión generacional).
Seguimos. Los aparatos son caros. Del mismo modo, ¿cuánto costaba un móvil hace diez años y por cuánto te lo regalan ahora? Eso no ha impedido que, a pesar de los precios, la gente se fuera adaptando a sus necesidades, porque, al final, la tecnología sólo es cuestión de necesidades. Y si un aparato al principio sólo se usa para trabajar, luego entra paulatinamente en nuestras vidas para ser algo, no sé si en verdad necesario, pero sí que facilite la vida y pueda ser útil o cómodo. Depende de cada persona. Se puede ser un geek a la espera de la última novedad tecnológica o esperar un eReader a medida. Esto tampoco puede ser excusa para hacerse el remolón con el negocio, el que sea de la cadena de valor del sector editorial. Pasados los años, más allá de los muchos años que se quieran calcular de convivencia entre el papel y el ebook, todo el mundo tendrá un soporte con garantías mínimas que por fin se ajusten a todas las necesidades y que hagan parecer fósiles al Kindle e incluso a la Tablet de Apple. ¿Alguien esperó a que se inventara el DVD y se negó en rotundo a comprar un vídeo, no digo ya sistema 2000, sino VHS o Beta? La cuestión es ir probando, manejarse, sin dejarse arrastrar por las reinvenciones anuales de un mismo invento, por supuesto. Las cosas que duren y funcionen –salvo avería irreparable– lo que uno considere, no lo que el mercado dicte. Se puede evitar o combatir la obsolescencia. Una vez más, parece que detenerse a argumentar esto es detenerse en lo obvio y por tanto está de más, pero no se puede pasar por alto si continúa siendo un argumento para esquivar lo evidente: los cambios –y las transiciones– obligados que trae el formato digital del libro de la mano de Internet.
Los derechos y porcentajes son cuestiones que les conciernen a las editoriales y a los escritores, pero eso no va a detener la producción de ebooks o diversos formatos digitales de novelas, textos, ensayos; sencillamente porque ya existen. El que ya los tiene, ya los puede vender. Mientras, se definen nuevas versiones de propiedad intelectual y porcentajes que se ajusten a los nuevos modelos de producción y a las ventas. Y para los más reticentes siempre estarán los autores de dominio público: alguna editorial tendrá que aprovechar lo digital para proponer nuevas y mejores traducciones, valores añadidos, etc., de autores clásicos, inagotables como son. No todo va a ser Gutenberg o Google Books.
Futuro librero
En cualquier estudio el mayor indicador en contra del ebook es sencillamente el «gusto por el papel». Un argumento que deviene débil frente a los cambios generacionales. Cuando este arraigo al papel cambie, cambiará lógicamente esta orientación. Sobre todo, como hemos adelantado, cuando para las siguientes generaciones, a partir de la escuela, hayan crecido casi únicamente con contenidos en Red, en la «nube». Quizá en estas siguientes generaciones habrá casos que no quieran deshacerse del todo de lo impreso, pero de cualquier modo exigirán también contenido digital. Las librerías no pueden hacer otra cosa que poner la mirada en las futuras necesidades. Como en el ejemplo del lector, es una cuestión de decisión propia. Habrá libreros que les interese seguir en activo y harán todo lo posible por actualizarse o mantenerse, para lo cual se transformarán de manera gradual según los cambios que se produzcan. Habrá otros que no les interesará el nuevo modelo de librería por no ser tal y como lo han entendido toda la vida y dejarán que su negocio se despida con su carrera de libreros.
Al preguntar a libreros conocidos sobre estos asuntos, las respuestas siempre han sido más bien evasivas, a la espera. Otros lo tienen muy claro y entienden exclusivamente la librería como la conocemos hasta el día de hoy, y lo que venga después del libro impreso ya no consideran que sea el mismo negocio; un ejemplo claro y sincero de esto ha sido el de la librería de referencia de la sierra norte de Madrid, Arias Montano. En cualquier caso, y si pensamos como algunos –libreros incluidos– que la librería según la hemos conocido y disfrutado tiene los años contados, todavía quedan otros tantos para adaptarse y regenerarse, para lo cual toda transición es necesaria.
En una interesante conversación con Michèle Chevallier, directora de CEGAL, me explicaba cómo no les ha quedado otro remedio que poner todos sus sentidos en cada uno de los movimientos del sector, a pesar de lo impreciso de algunos de ellos. Sin atreverse a pronosticar, en CEGAL creen que, hasta que los jóvenes del entorno digital sean los lectores del mañana, todavía existen generaciones «de papel» a las que no se las puede olvidar. Su condición y apuesta es que el libro sea como sea, pero también a través de las librerías. Eso sí, deben ofrecer unas garantías mínimas, estar aún mejor preparadas y saber orientar al lector de siempre y al nuevo lector. Adaptarse al público, en definitiva. Para lograr esta adaptación con las nuevas tecnologías, esperan poder contar con ayudas del Ministerio. Quieren ser actores y no espectadores, por eso últimamente están tan activos, al menos en sus opiniones y demandas.
A mi parecer, lo más interesente que Michèle Chevallier comentaba –una cuestión que todavía pasa inexplicablemente por alto, apenas se menciona si no es también para sacrificarla antes de tiempo– es la posible incorporación de las máquinas de impresión bajo demanda (es decir, la Espresso Book Machine) en las librerías. Siempre he pensado que es una herramienta ideal para la transición del papel a lo digital, y que el servicio que esta máquina, sobre todo de mano de las librerías –en esto sí que ganan–, puede hacer a los lectores es inestimable. De nuevo, su alto coste puede echar atrás la idea, pero las librerías pueden compartir costes –igual que pueden compartir plataforma digital, en Francia ya están en esto; junto a grandes editoriales como Gallimard, Hachette y Flammarion, aunque no parece que estos editores vayan a contar con los libreros para su plataforma conjunta–, ya que el pedido se puede hacer desde casa y dirigirse luego a la librería o local que tenga la máquina. Las librerías Blackwell´s de Londres no esperaron mucho para hacerse con ella, como la Harvard Book Store, en Massachussets.
Como sea, los libreros que quieran continuar en el negocio van a tener que hacer algo más que colocar libros en las estanterías y esperar para venderlos. Según el sistema de indicadores de gestión económica de la librería en España 2008, un alto porcentaje de ellas –no dice cuántas– ya se dedica a alguna actividad complementaria a la venta de libros: distribución, edición o impresión. La cadena estadounidense Borders ha ideado centros digitales en sus tiendas donde los lectores se relacionan con otros clientes mientras descargan sus libros. Con los nuevos tiempos, ya en la Red, la incorporación a redes sociales –algunas ya lo hacen– y una buena plataforma con sistema de recomendaciones es un paso obligado. (La Red ha resucitado a «libreros de viejo» en muchos casos.) Y continuar siendo asesores, porque la llegada de distintos formatos con diferentes valores añadidos, algunos casi al gusto de cada lector (y más allá del lector), necesitará a alguien que les recomiende o describa uno u otro formato, incluso su funcionamiento. Continuar con la idea de la especialización e ir transformando paulatinamente el local en un centro de información de ámbito cultural, un poco más allá del libro.
A medida que pasen los años, la parte virtual del negocio va a ir adquiriendo mucha más trascendencia. Y es ahí donde cada librería va a tener que destacar para que sus lectores les elijan a ellos antes que «irse» a comprar a las tres de siempre. Una buena página web con todo tipo de aplicaciones integradas, un blog para valorar, reunir y comentar el día a día de los libros, la experiencia lectora según formatos y valores enriquecidos, enlaces y clics siempre a mano para no perder oportunidades (Amazon sigue siendo la librería que lidera las compras compulsivas –y compulsivo no quiere decir sin criterio– a golpe de «clic» tras recomendación). La presencia en redes sociales, insistimos, no es baladí, siempre y cuando sepan hacer uso de ellas y no se limiten –como lo hacen algunas, como muchas editoriales– a la promoción sin sustancia, «hablando solos», sin entender lo que es una red social, sin interacción con el usuario y posible lector y «recomendador» (un tema éste para tratar más despacio). Con las redes se pueden crear todo tipo de comunidades de lectura, de afición, de recomendaciones, etc. Claro que esto lleva trabajo y tiempo, pero no existe negocio que no exija cambios y adaptaciones, y menos hoy.
Todo esto como un ejercicio de transición, y como tal conviene que las librerías vayan haciendo adeptos, animando e informando a sus lectores y clientes, y que éstos no sientan que los cambios van a traer el fin de su librería favorita sino nuevas oportunidades y valores añadidos que la hagan más atractiva. Ser precisamente los libreros los que les expliquen los nuevos formatos y evoluciones, les enseñen a manejarse en lo digital, porque todavía hay muchos lectores que no han oído hablar del ebook y variantes. Si son los libreros maestros de lectores, no deben temer entonces que éstos hagan el clic en la web de una gran cadena, en lugar de hacerlo en su librería o acercarse a saludar y comprar (papel o digital) a la tienda. Así se crea la fidelidad, y no con la desconfianza en lo que viene. Mientras, insistimos, aprovechar la Red y redes para captar nuevos clientes y fieles seguidores, «amigos» en red. Hablamos siempre de aquellos libreros que opten por seguir con su oficio. Otros, decíamos, preferirán ver cómo su negocio de siempre se va convirtiendo con el paso de los años en un lugar exclusivo, en una especie de delicatessen para gourmets de la lectura impresa antes de cerrar definitivamente sus puertas. Será otra opción tan atractiva y legítima como la adaptación. Legítima siempre y cuando sea una opción voluntaria y no fruto de la dejadez o el enfurruñamiento mientras no se hace nada por actualizarse.
Se trata de apostar todavía por la sociabilidad, y eso no se consigue únicamente con el café-librería. Muchas personas se sienten cómodas en las librerías simplemente estando en ellas porque allí ven lo que necesitan y el librero sabrá decirles si tiene este título o aquel otro, no porque vayan a hacer amigos. Hay clientes de todo tipo, pero clientes. Todo dueño de una librería va a tener que saber cómo conservarlos en la tienda, y en la Red (y, en general, tener más paciencia de la que muchas veces ya tienen). Personalmente no creo en las librerías santuario, sino en las diferentes y bien abastecidas. Y en la buena educación de los libreros. Por cierto, en la Red también existen unas reglas de cortesía mínima.
El fin de los cambios
Todas estas sugerencias, y no tanto previsiones, hablaban del momento de transición, de la adaptación obligada si no se quiere o prefiere perecer en breve. Aún así será duro. Pero también hay que ser realistas. Lo insustituible del papel (su romanticismo y simbología, el fetiche) lo seguirá siendo para los que hemos crecido con él; los que no lo han hecho es posible que no vean funcionalidad ni emoción en algo que no reconocen como suyo, sino algo mucho más que sustituible. Y es muy probable que ese día llegue, no sé en cuántos años o décadas. Habrá que estar atentos a la evolución de los sistemas educativos en todo el mundo, ésa será la clave. En todo el mundo, porque es muy probable que mientras en algunos países el ordenador sea de uso común en las escuelas, a otros no les quedará más remedio que estudiar con los libros de papel que ya nadie use. Paradójicamente es posible que estos últimos sean los que devuelvan el valor a lo impreso para nuestra memoria.
Lo cierto es que no podemos imponer nuestra experiencia, por mucho que nos duela ver cómo las cosas que nos son familiares se desvanecen ante las nuevas, para nosotros muchas veces más feas, llamativas y sin ese encanto o aura que nos parece que tienen. Enfrentarse a la fuerza llevados por el instinto, al final será igual de inútil. Declaraciones como las que aparecieron el 14 de diciembre en Le Monde bajo el título «Les Librairies dans la tourmente», firmado por Christian Thorel, Jean-Marie Sevestre y Matthieu de Montchalin, libreros y vicepresidentes del SLF (Syndicat de la Librairie Française), afirmando que «el hombre del mañana no será un esclavo de la pantalla, sino un ciudadano que paseará por las calles de nuestras ciudades y cuyos dedos seguirán pasando las páginas de nuestros libros», me parecen un tanto afectadas y algo carentes de toda lógica. Incluso aunque a muchos nos resulte extraño que algún día pueda que no existan los libros de papel. Es entonces cuando no soy capaz de ver la función de la librería como la veo hoy, ni con todas las transiciones posibles. Ya no serán o serán otra cosa, incluso quizá se llamen de otra manera.
Personalmente, si nos ponemos así, si pensamos en la obsolescencia de todo cuanto existe, y si tuviera que dejarle un mensaje a la humanidad –o a los libreros y lectores del futuro, pues no aspiro a tanto–, por si acaso el mensaje lo dejaría tallado en piedra.