El libro y el editor de Éric Vigne visto por Alejandro Gamero | Trama Editorial

El libro y el editor de Éric Vigne visto por Alejandro Gamero

Maquetación 1

El tremendo avance que la autopublicación ha experimentado en los últimos años ha tenido sus ventajas y sus inconvenientes. Publicarse a uno mismo ya no es una labor tan cara ni tan tediosa como antiguamente. Existen infinidad de opciones para los autores que permiten llegar a un público potencialmente ilimitado a un coste bastante económico. Plataformas como Amazon, por poner un ejemplo, permiten al autor publicar su novela en tiempo récord tanto en soporte físico, con impresión bajo demanda, como digital, otorgando al creador un control total sobre su obra. Pero conviene no confundir los conceptos de «publicar» y «editar» ‒en ese sentido, incluso se podría poner en duda la «autoedición»‒. Puede parecer una afirmación de Perogrullo, pero editar implica seleccionar un texto, corregirlo y maquetarlo para, a continuación, pasar a publicarlo, que es cuando se le da la forma de libro, ya sea en papel o en digital.

La confusión de conceptos no deja de ser hija de los tiempos que corren. Si la autopublicación es una opción viable a la edición tradicional, si las tecnologías son cada vez más baratas y sencillas de utilizar y los canales de distribución y comercialización más efectivos, entonces ¿para qué necesitamos a editoriales y a editores?

 

Para empezar, conviene no subestimar el proceso de selección que lleva a cabo una editorial. No hay duda de que se publica demasiado. Solo en 2016 se publicaron en España 81.391 libros. En su ensayo Los demasiados libros Gabriel Zaid advierte que los libros se multiplican en proporción geométrica mientras que los lectores lo hacen en proporción aritmética. Entre 1950 y 2000 se llegaron a publicar aproximadamente 36 millones de ejemplares, lo que equivale a un libro cada medio minuto. «Si uno leyera un libro diario estaría dejando de leer cuatro mil publicados el mismo día. Es decir: sus libros no leídos aumentarían cuatro mil veces más que sus libros leídos», dice Zaid. Y, según todo parece indicar, estas cifras continuarán creciendo en las próximas décadas. Ante semejante panorama es innegable que los filtros son necesarios, que editoriales y editores tienen que jugar ahora más que nunca un papel fundamental en el mundo del libro.

Es por eso que ensayos como el de Éric Vigne, El libro y el editor, son tan de agradecer. No solo porque reivindique el papel no ya de la editorial sino del editor, como persona, sino porque hace un análisis crítico tremendamente exhaustivo de la industria editorial y de las transformaciones que ha padecido durante todo el siglo XX, ofreciendo un panorama muy esclarecedor de la situación actual.

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