¿Hay algo mejor que un buen libro? Y no me refiero a la versión electrónica que te descargas en tu Nook o Kindle con la cubierta de Kate Spade que compraste en Barnes and Nobles por 37 €. Estoy hablando de letras descoloridas de una desgastada tapa dura. Estoy hablando del gran peso de cientos de páginas, juntas en tus manos. Estoy hablando de la suave brisa al pasar las páginas, de atrás a adelante, y de adelante atrás.
Llamadme anticuado, obstinado, ingenuo, cualquier cosa que os valga pero nunca compraré un Kindle. En una América en post-recesión, entiendo que parece económicamente irresponsable gastar dinero en libros cuando puedes descargártelos con un leve descuento en el revolucionario bloc de notas. Sin embargo, a lo que renuncias por comodidad y precio no parece merecer la pena.
¿No recordáis leer de niños, quedaros dormidos con un libro en la cara? ¿No recordáis esa satisfactoria sensación de pasar página y lanzarse al final del libro? ¿No quisisteis siempre crecer con una biblioteca inmensa en vuestra sala de estar, con estanterías con libros amontonados encima de más libros? Y cuando te quedaras sin espacio, los alinearías contra la pared, amontonándolos unos encima de otros hasta que se volviera un riesgo de seguridad.
Aunque aprecio el Kindle por sus pocas ventajas, creo que es un triste recordatorio de la revolución tecnológica que se acerca deprisa y a la que nuestra sociedad ha sucumbido tan fácilmente. Es solo otro ejemplo de la irrelevancia que se ha situado en las partes culturales y tradicionales de la vida, remplazándola con algo más rápido y fácil.
¿Qué ha ocurrido con los sábados que pasábamos en librerías de segunda mano rebuscando a tu autor favorito? No puedes pasarte horas en un Kindle, rodeado de primeras ediciones rebajadas y copias desgastadas con notas a pie de página y pasajes subrayados. No puedes escribir tu nombre en la cubierta y dejárselo a un amigo. No puedes dejar una nota en su interior cuando lo devuelves a la biblioteca. No puedes resaltar tus partes favoritas y hacer notas en un lado.
La vida avanza deprisa y que todo el mundo parezca gravitar hacia una vida llena de pantallas electrónicas y conexiones sin cables, no significa que tengas que dejar todo atrás. Guarda algo del pasado; mantén las buenas cosas con vida. Disfruta de las decadentes y simples bellezas que el hombre crea, en vez de ceder ante todos los avances que las masas dicen ser mejores. El Kindle puede que sea el futuro, pero todavía hay un montón de cosas que no puedes hacer con él.
No puedes escribir tu nombre en él, marcándolo con orgullo como si fueras su propietario original.
No puedes dejarlo en cualquier lugar para que lo disfrute la próxima persona que lo encuentre.
No puedes añadirlo a una biblioteca para exhibir su fascinante encuadernación.
No puedes amontonarlos unos encima de otros exhibiendo tus logros como lector.
No puedes dejar tus tazas de café sobre él después de haber leído sus páginas una y otra vez.
No puedes encontrar primeras ediciones que seguir añadiendo a tu colección.
No puedes dejar notas en él para el próximo lector que lo coja.
No puedes personalizarlo escribiendo tus propias reflexiones en sus palabras.
No puedes buscar tus favoritos en polvorientas y viejas librerías de segunda mano.
No puedes crear una colección que admirar según crece.
No puedes subrayar sus pasajes con los que encuentras conexiones en cada palabra.
No puedes resaltar tus fragmentos favoritos con los que tropezar fácilmente cuando quieres recordar su elocuencia.
No puedes oler su edad entre las páginas.
No puedes quedarte dormido con él en la cara, quedándote soñando con las imágenes que te infunde.
No puedes legarlo a tus hijos, regalándoles así las palabras más emotivas de tu joven madurez.
No puedes empezar una conversación cuando alguien reconoce la cubierta.
No puedes envolverlo en papel y regalarlo, para trasmitir los mismos conocimientos que se te quedaron grabados.
Traducido por Alex Barandiaran