Javier Pradera se hizo editor por necesidad.
Su vocación inicial fue la abogacía, carrera en la que logró titularse en 1955, pero su militancia en el Partido Comunista de España —al que ingresó por amistades como la de Federico Sánchez / Jorge Semprún— lo llevó a prisión en dos ocasiones. La primera en 1956, por su participación en las manifestaciones contra la dictadura y de la que logró salir más o menos indemne, y la de 1958 que le costaría su puesto de profesor universitario y la prohibición de ingresar al Colegio de Abogados y ejercer esa profesión.
Gabriel Tortella, ex compañero universitario, le tendió la mano y lo llevó a la editorial Tecnos donde se inició como agente comercial. Gracias a ello conocería a Arnaldo Orfila Reynal, director general del Fondo de Cultura Económica. Don Arnaldo no se arredraba ante nadie y había ido a España para desafiar a la censura dictatorial ofreciendo los libros color naranja del Fondo.
Y, por supuesto, se vendían. El FCE necesitaba, pues, una casa en Madrid, que no sólo distribuyera los libros mexicanos, sino que publicara autores españoles.
Era irónico que el Fondo hubiese nacido gracias a la negativa de Manuel Aguilar de publicar una colección de 50 libros sobre economía propuesta por Daniel Cosío Villegas en un viaje ex profeso a Madrid. Frustrado, Cosío regresó a México, gestionó los apoyos necesarios y fundó la más importante editorial latinoamericana: el Fondo de Cultura Económica.
Ya como gerente del Fondo en España, Pradera se entregó a una inagotable labor de gestión comercial: habla con libreros, con críticos, establece contactos con revistas como Ínsula,Índice, Destino, Triunfo y con diarios como el Abc y La Vanguardia; organiza mesas redondas con Seix Barral para promover la literatura latinoamericana, y pone en marcha un premio para las mejores tesis doctorales de economía. A Pradera también le ocupa mucho tiempo negociar con los censores. Logra introducir la historia del pensamiento socialista, de Cole, y debe pelear duramente para que se distribuyan Alfonso Reyes, Manuel Altolaguirre, El asalto a la razón, de G. Luckács, y algunas obras de E. Fromm y L. Febvre. Pero fracasa con las obras de Max Aub, Moreno Villa o Libertad bajo palabra, de Octavio Paz.
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