A diferencia de lo que sucede con otras, la industria de la edición cuenta universalmente con la simpatía espontánea de los ciudadanos, sean estos lectores habituales o no lo sean. Amplios sectores se declaran en las encuestas contrarios a la fabricación de armamentos o de productos alimentarios transgénicos, pero ¿quién está en contra de la edición de libros? Esta industria tiene como todas un discurso propio que justifica y legitima sus actividades, pero con la ventaja de que la fraseología que constituye la mayor parte del mismo no entra en contradicción con los valores que forman parte del sentido común. Así, el libro resulta ser bueno por naturaleza, su divulgación es imprescindible en beneficio de una ciudadanía libre e ilustrada, y los inversores que arriesgan su capital dedicándose a la edición son esforzados paladines de la cultura, esa misma que en nuestro tiempo se ve progresivamente relegada a ámbitos más y más marginales. Tal vendría a ser, en general, la percepción que poseen los ciudadanos de la producción de libros.
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