Leo por ahí que las bibliotecas públicas son uno de los servicios más valorados por los ciudadanos y que se calcula que el 47% de la población española es socia de alguna de ellas. Aunque no todos ellos las frecuenten -y muchos las usen para cosas distintas del préstamo de libros-, son unas cifras que inducen a un cierto optimismo. Podría decirse que -al menos en las ciudades grandes y medianas- entrar en una biblioteca se ha convertido en algo cotidiano. Padres con niños, señoras que vienen o van del mercado con su carrito a cuestas, estudiantes con mochilas, jubilados que pasan las mañanas allí y aprovechan para leer la prensa… difícil hacer un retrato-robot del usuario de bibliotecas, tan variada es su clientela. Ir a la biblioteca es algo tan normal como ir al parque. No siempre ha sido así. En mi infancia, las bibliotecas públicas apenas existían. Y las pocas que había, no eran precisamente lugares donde un niño (ni tampoco un adolescente) se sintiese bienvenido. Mi primera experiencia bibliotecaria se remonta a un verano.
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