Una de las cuestiones que me he planteado con el paso de los años es precisamente cómo llegué a la experiencia lectora, y la verdad es que por más esfuerzos que hago no lo recuerdo. Sin embargo, sí recuerdo el primer libro que hizo mella en mí. Sin duda alguna, fue
Huckleberry Finn, de Mark Twain.
Según se contaba en mi familia, después de la guerra civil nuestra casa fue devastada (prácticamente desapareció todo lo transportable) mientras mis padres, mi hermana y yo nos refugiábamos en Francia. Pero, por un milagro inexplicable (aunque no soy creyente, mi vida está llena de acontecimientos inexplicables), los intrusos dejaron intacta la biblioteca, que, a pesar de estar cerrada con llave, sólo requería de un mínimo esfuerzo para abrirla.
Así que, en cuanto tuve la suficiente habilidad para leer, es fama que me la leí completa (era un acervo prácticamente dedicado a la historia y que contenía algo de literatura). Debo advertir que la familia se separó: mi padre se exilió en México y mi madre, mi hermana y yo regresamos al pueblo el mismo año de 1939.
A los pocos años, creo que yo tendría unos diez, se abrió la biblioteca pública de mi pueblo natal, la cual representó el segundo milagro en mi vocación lectora.
Todo esto para decir que hay tres condiciones para adquirir un buen hábito de lectura: libros en casa, bibliotecas a mano y un maestro que aliente y fomente la lectura en clase. Un maestro de este tipo también existió en mi caso, y debo homenajearlo en este punto.
Propongo que veamos los tres puntos, uno por uno.
-Libros en casa. Lo creo fundamental. Una casa que carece de libros representa una casa donde el fomento de la lectura no se produce, así que en la infancia es indispensable contar con por lo menos una pequeña biblioteca (no creo que la de mi padre contara con más de mil ejemplares).
-Bibliotecas públicas. Una biblioteca privada no puede satisfacer todos los apetitos del lector, por lo que las bibliotecas públicas, con un acervo complejo y diverso y préstamo a domicilio, son la solución para colmar las inquietudes de niños, adolescentes y adultos. Para la continuidad en la lectura. Una entusiasta bibliotecaria, que admiraba mi voracidad, fue encaminando mis preferencias iniciales.
-El maestro de escuela. En pleno inicio del franquismo conté con un maestro excepcional (y lo era por su condición de buen maestro y por su firme convicción republicana, lo que le acarreó bastantes problemas), que no sólo nos proponía leer determinados libros, sino que, por ejemplo, nos incitaba a dar en la clase un análisis de nuestras últimas lecturas, nuestras preferidas. Él mismo acondicionó un aula (sobraban aulas en esa escuela) con diversos elementos para ayudar a las clases y que contaba con libros de consulta. Al propio tiempo, nos prestaba libros de su biblioteca particular.
Llegamos a México en 1947 (a los 13 años) y, desde luego, en casa se contaba con una biblioteca. Sin embargo, a esa edad ya los libros acumulados por mi padre no eran tan atractivos para mí, así que tuve que recurrir a las librerías de viejo para ir formando mi propia biblioteca, según mis propios gustos y el intercambio de ideas con los compañeros de escuela y demás amigos. Aunque en un principio fue importante para mí leer todo tipo de libros, esto no quiere decir que supiera perfectamente qué libros debía leer. Creo que el deber no es siempre lo mejor para el fomento de la lectura, sino el placer.
Debo decir que desde los 15 años empecé a ayudar a mi padre a corregir pruebas (bajo su maestría y la de Ramón Lamoneda, otro republicano excepcional) y que a partir de los 17 trabajé en librerías e imprentas y más tarde, como independiente, para diversas editoriales. Mi carrera con los libros se vio beneficiada por otro hecho excepcional, mi ingreso a la escuela más connotada del mundo del libro en México: el Fondo de Cultura Económica, cuando contaba con 25 años de edad. Justo el momento preciso.
Sé que todo esto hace que me encuentre en una posición privilegiada respecto del común de los lectores y aquí sólo puedo contar mi historial como lector, que incluye una doble experiencia: la del lector profesional y la del lector digamos apasionado, libre.
Como lector profesional he tenido que leer, para dictaminarlos, aquellos libros susceptibles de ser publicados y que tenían que ver con mis propios intereses (literatura, historia del libro y de la literatura y teoría literaria, artes aplicadas, arquitectura y materias afines, filosofía, así como socialismo, anarquismo y demás teorías, utópicas o no), aquellos originales por los que se me contrataba para su revisión y corrección, una vez contratados, y la corrección de pruebas consiguiente.
Como lector libre, mi opinión es que la disposición a la lectura proviene de la facilidad del encuentro con los libros. No creo que unos tengamos más disposición que otros a la lectura, pero sí que debe iniciarse desde muy pequeño. Sin embargo, también he sido testigo, en alguno de mis hijos, de un inicio tardío a pesar de las condiciones y el ejemplo de los hermanos y los padres. En este caso, debo subrayar un problema escolar que tuvo mi hija en la escuela elemental, por lo que debo inferir que los maestros son igualmente fundamentales en la formación (o desinformación) del lector y la presencia de libros en la casa no es suficiente.
La lectura puede ser guiada o no, pero para mí es indiferente el tema o por lo menos susceptible de discusión. Desde luego que influye en nuestras vidas y desde luego que hace del lector una mejor persona, independientemente del tipo de libro que lea. La lectura es ampliación de conocimientos, sea de un libro académico o de libros de ficción. ¿Alguien duda de que Julio Verne nos llenó de conocimientos de todo tipo? Sin embargo, son muchos los casos en que hubiera sido conveniente la asesoría de maestros para una buena selección de lecturas.
En cuanto al medio o soporte del libro, mi opinión de editor hace que me incline por el papel, por ser un medio más amable quizá que los nuevos sistemas de información. Sin embargo, mi pregunta sería: ¿queremos conservar la forma del libro o el contenido? Leer ha de ser un acto natural en nosotros. El soporte del libro debe ser, por lo tanto, amable para el lector. Lo demás es lo de menos, aunque el medio electrónico debe evolucionar mucho para convertirse en un medio ideal.