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En su pequeño libro A importância do ato de ler (1982), Paolo Freire distinguía dos sentidos de la palabra «leer». Un sentido literal: leer es leer letras, palabras, libros. Esta lectura supone la alfabetización, el aprendizaje escolar, el dominio de la palabra escrita. Pero «leer» tiene también un sentido metafórico. Leer es, antes y después de la lectura de libros, «leer» el mundo, la naturaleza, la memoria, los gestos, los sentimientos —todo lo que Paolo Freire designa con un neologismo: palavramundo—. Leer la lectura, como lo indica el título de mi conferencia, es tal vez entender las relaciones entre estos dos sentidos del verbo «leer», considerando, por un lado, la especificidad de la lectura de libros —que debe evitar el peligro de un uso descontrolado y excesivo de la palabra, como si toda «lectura» estuviera gobernada por las reglas que caracterizan el desciframiento de los textos— y por otro lado, los procesos que organizan según lógicas muy diferentes la comprensión inmediata del mundo, de las experiencias de la existencia, y su encuentro con lo escrito.
En 1968, en un ensayo que llegó a ser célebre, Roland Barthes asociaba la omnipotencia del lector con la muerte del autor. Destronado de su antigua soberanía sobre el lenguaje o por «las escrituras múltiples, surgidas de diversas culturas y que establecen entre sí una relación de diálogo, de parodia y de oposición» (p. 66), el autor debe ceder su preeminencia al lector, entendido como «aquel que reúne en un mismo campo todas las huellas que constituyen lo escrito» (p. 67). El lugar de la lectura estaba, pues, considerado como aquel en el que se reordena el sentido plural, móvil e inestable del texto, como el lugar donde lo escrito adquiere su significación. Sin embargo, poco tiempo después de reconocido el nacimiento del lector se multiplicaron los diagnósticos que anunciaron su muerte. Esos diagnósticos se presentan de tres formas:
Prácticas de lectura
La primera muerte remite a las transformaciones de las prácticas de lectura. En Francia, al comparar encuestas estadísticas referentes a prácticas culturales, si bien no se observa un retroceso del porcentaje global de los lectores —ya que tanto en 2008 como en 1973 un 70% de los encuestados dice haber leído por lo menos un libro en el año anterior—, al menos se nota la disminución de la proporción de los «forts lecteurs», es decir, los lectores
que leen más de veinte libros por año. Este retroceso es particularmente importante en la franja de lectores comprendida entre los 19 y 25 años, y en la población masculina, lo que produce como consecuencia una «feminización » de la lectura (Donnat, 2012).
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