Leer o no leer | Trama Editorial

Leer o no leer

TX_10
por Oscar Wilde
Trama & TEXTURAS nº 10
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                      Como hemos publicado tantas cartas recomendando qué leer,
quizá los consejos siguientes, provenientes de una autoridad como lo es
el señor Oscar Wilde, puedan resultar de utilidad:

Los libros, en mi opinión, pueden dividirse oportunamente en tres clases:


-Libros que hay que leer, como las Cartas de Cicerón, Suetonio, las Vidas de pintores de Vassari, la autobiografía de Benvenuto Cellini, Sir John Mandeville, Marco Polo, las Memorias de Saint Simon, Mommsen y (hasta que dispongamos de otra mejor) la Historia de Grecia de Grote.

-Libros que hay que releer, como Platón y Keats. En el ámbito de la poesía, a los maestros y no a los juglares, en el de la filosofía, a los visionarios y no a los eruditos.

-Libros que no hace falta leer en absoluto, como las Estaciones de Thomson, la Italia de Rogers, las Demostraciones d Paley, todos los Padres, con excepción de San Agustín, todas la obras de Joh Stuart Mill, salvo su ensayo Sobre la libertad, todas las obras de teatro de Voltaire, sin excepción, la Analogía de Butler, el Aristóteles de Grant, la Inglaterra de Hume, la Historia de la filosofía de Lewes, todos los libros polémicos y todos los que intentan demostrar algo. Esta tercera clase es con mucho la más importante. Decir a alguien qué tiene que leer por regla general resulta o bien inútil o bien nocivo, porque el verdadero gusto por la literatura es una cuestión de temperamento y no de aprendizaje: no hay libro de texto que nos lleve al Parnaso y nada que podamos aprender merece la pena que lo aprendamos. Pero decir a la gente qué no tiene que leer es asunto bien distinto, y me atrevo a recomendárselo como misión a la Extensión Universitaria. De hecho, es algo que de lo que estamos sumamente necesitados en esta época nuestra, una época en la que se lee tanto que no queda tiempo para admirar, y en la que se escribe tanto que no queda tiempo para pensar. Quienquiera que elija de entre el caos de nuestro curriculum moderno los cien peores libros y publique ese listado, conferirá a la generación en ciernes un beneficio real y duradero.

Supongo que tras haber expresado estas opiniones no debería hacer sugerencias con respecto a los “Cien mejores libros”, pero espero que me permitan el placer de no ser consecuente, ya que tengo cierto apremio por incluir un libro que, extrañamente, ha pasado por alto la mayoría de los excelentes jueces que han colaborado en estas columnas. Me refiero a la Antología griega. Me parece que los bellos poemas recogidos en esta colección ocupan el mismo rango con respecto a la literatura dramática griega que las delicadas figuritas de tanagra con respecto a la los mármoles de Phidias, y son igual de necesarios para el conocimiento cabal del espíritu griego.
También me sorprende que nadie haya reparado en Edgar Allan Poe. ¿No se merece un lugar de honor este maravilloso maestro de la expresión rítmica? Si para hacerle sitio hubiera que echar a algún otro, echaría a Southey, y creo que saldremos ganando si sustituimos a Keble por Baudelaire. Sin duda, tanto La maldición de Kehama como Año cristiano tienen cierto mérito poético pero tener un gusto absolutamente católico no deja de tener sus peligros. Sólo a los subastadores les podemos pedir que admiren todo tipo de arte.

Pall Mall Gazette, 1886.
traducción de Mercedes García Lenbe
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