Leroy Gutiérrez. Un estado de ánimo | Trama Editorial

Leroy Gutiérrez. Un estado de ánimo

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Me llamo Leroy Gutiérrez
Me gusta leer porque me hace sentir que la realidad puede llegar a ser comprendida y, si se quiere, transformada. Y si lo anterior no fuera cierto, leer, por lo menos, me hace disfrutar de lo bello.
Cuando tenía doce años quería ser paleontólogo, aunque después quería ser carpintero. Quizás el ser editor esté a medio camino entre el estudio de los fósiles y la construcción de un objeto utilitario.
Hoy soy editor.
Cuando me toca contarle a un extraño en una boda por qué me gusta leer o ando entre libros le digo que es algo muy difícil de explicar y que solo el que lee puede entender el placer que puede encontrar alguien en la lectura. Sin embargo, si estoy de ánimo, puedo comenzar a contarle sobre el libro que estoy leyendo o trato de explicar que trabajar con libros puede que no sea un trabajo fácil (y no muy bien remunerado), pero que casi nunca permite que uno se aburra.
Sin embargo, en realidad mi día a día es más bien así leer (en pantalla), releer, corregir, responder correos electrónicos, escribir y leer (en papel).
Lo más raro que me ha sucedido nunca fue cuando me tocó editar un manual de electricidad para principiantes, para lo cual tuve que observar el procedimiento que realizaba el autor, tomar notas y luego redactar el texto. También fue muy raro tener que pensar en temas para libros de manualidades.    
Y lo peor es editar libros académicos. Los profesores son los autores más difíciles que hay. Ni siquiera los escritores de ficción llegan a ser tan reacios a los comentarios y tan pretenciosos respecto a cómo sus libros ayudarán a cambiar la sociedad y el curso de la historia.
Aún más, si te dedicas a lo mío la gente no dejará de tocarte las narices con que el estilo no se corrige, “mi hijo es ilustrador y me gustaría que él ilustrara la tapa de mi libro”, los libros de calidad no venden.
He perdido el entusiasmo por lo que hago cuando no hay suficiente tiempo para ser riguroso y detenerse a pensar si lo que se hace es lo correcto. También cuando pienso que la crisis de la industria del libro no pasa por la baja en las ventas sino por una crisis del lector.
Sin embargo, lo mejor de mi trabajo, sin duda, es ver que un libro que ha quedado bien editado es leído y disfrutado por los lectores.
El mejor día que recuerdo en el trabajo fue cuando un libro informativo para niños y jóvenes que edité fue seleccionado en una licitación pública y se llegaron a imprimir unos 40.000 ejemplares.
Cuando quiero tomarme un descanso me dedico a leer por gusto y sin propósito alguno. No importa el género, pero para descansar tiendo a preferir la lectura de novelas gráficas y novela negra.
Así es como veo el futuro de mi profesión: como una actividad que en lo esencial no cambiará: evaluar un texto y determinar si reviste algún interés para un lector determinado siendo presentado en formato de libro, impreso o digital, como prefieran. Probablemente, los mayores cambios o mutaciones que experimentará mi profesión se manifestarán en su aspecto o en la forma en que es realizada. De todas maneras, muchos de los posibles cambios ya se han presentado desde hace tiempo. Entre lo que hacía Aldo Manuzio y luego Samuel Fischer y lo que aún hoy hace Jorge Herralde no hay, en esencia, diferencia alguna. Pero sí es cierto que las herramientas y las dinámicas para la realización del trabajo han cambiado, así como se ha transformado la concepción del negocio, el mercado y, seguramente, del lector.
Eso sí, si un día logro jubilarme querré pasar el tiempo que me queda leyendo. Podría haber dicho que escribiendo, pero me convenció la afirmación de Gabriel Zaid: hay demasiados libros. Claro, también viajaría, si pudiera.
El último libro que he leído ha sido La prueba del ácido de Élmer Mendoza.
Y lo conseguí en una biblioteca.
Y el primero que recuerdo que leí fue Tarzán, en edición íntegra (sin dibujitos), publicado por Bruguera. Pero no estoy seguro si no leí antes unas novelitas que vendían en un kiosco frente a mi escuela y que tenían como protagonista a un arqueólogo aventurero, muy parecido a Indiana Jones, y que se enfrentaba, entre muchos enemigos, con hombres lobos.
En mi mesilla tengo ahora para leer una torre de libros entre los que están MetaMaus (Spiegelman), Kafka en la orilla (Murakami) y La vida entera (David Grossman).
Me gustaría añadir que si los lectores aspiramos a que los libros que se publiquen sean realmente de calidad, debemos comprometernos con esta y comprar, leer y recomendar esos libros que consideramos que se destacan por encima de los demás. De lo contrario, estaremos dejando, irresponsablemente, en manos de pocos la decisión de qué merece ser publicado y qué no. Es cierto que los editores tienen su responsabilidad, pero difícilmente puedan cumplirla si se los deja solos y se espera a que se sacrifican, literalmente, para proporcionarnos lecturas dignas.
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