A lo largo de los siglos, el libro ha ido quemando etapas según avanzaba el progreso, por lo que no hay un acuerdo unánime en fijar su fecha de nacimiento sino que se contemplan varias, unos lo sitúan en los albores de la escritura, otros lo relacionan con la manufactura del papiro, otros con la aparición de los códices o con la invención de la imprenta. En cada caso ha sido causa de profundas reformas sociales pero siempre a medio plazo; aunque a lo largo de la historia haya habido transformaciones muy drásticas todas llegaron imperceptiblemente. Comenzando por el final, el libro electrónico ha prescindido de un elemento tan importante como el papel pero lo ha hecho imitando su apariencia, las páginas se voltean simulando el efecto de hojearlas y no solo se imita su aspecto. En cuanto al contenido, la mayoría de eBooks proceden de ediciones en papel que se han digitalizado previamente, es cierto que han aumentado las facilidades para la autoedición pero los lectores no se han echado al monte, las imprentas no han dejado de funcionar, los sociólogos han alertado sobre la posibilidad de que aparezcan textos muy peregrinos y ni siquiera las bibliotecas se han cruzado de brazo, sino que clasifican sus existencias mejor que nunca, digitalizan sus fondos y dan servicio de lectura digital. Es una revolución que sucede como quien no quiere la cosa.
Un progreso tan significativo como la invención de la imprenta se produjo asimismo discretamente. Los primeros libros impresos a mediados del siglo XV eran de temática religiosa; como de costumbre, se estampaban sobre el mismo papel de antes y en menor medida sobre vitelo, un tipo de pergamino de gran calidad que ya venía siendo una herencia del pasado; los capitulares y los márgenes se iluminaban a mano de forma similar a los manuscritos, e incluso la tipografía imitaba fielmente la caligrafía de aquel tiempo, de modo que ningún lector podía sospechar que las páginas habían sido estampadas de golpe. No es que los impresores quisieran pasar inadvertidos por temor a toparse con la Iglesia, al contrario, Gutenberg era un creyente bienintencionado que intentaba contribuir a la fe católica con innovaciones de gran originalidad que, hasta entonces, habían tenido dudosa utilidad. El que en el año 2000 fuera reconocido como el hombre del milenio comercializó un invento pensado para ver procesiones, el artilugio permitía sujetar un espejo por encima de la cabeza para que así, gracias al reflejo, los fieles recibieran el doble de bendiciones. La empresa le arruinó, las denuncias por estafa le asfixiaron y los acreedores le atosigaban hasta el punto de que tuvo que cambiar de ciudad. Cuando buscó financiación para dedicarse a estrujar letras con una prensa de uvas, no sería de extrañar que más de uno pensara que era otro de sus inventos del TBO.
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