Me llamo Luis Miguel Cencerrado Malmierca y en el sector del libro o como mero lector se me conoce como LuisMi, Luis Cema o @luismiyou en alguna red social como Twitter; no sé si consigo ser poliédrico o camaleónico con este abanico de apodos pero se intenta al menos.
Me gusta leer porque en los libros, a la vez, me pierdo y me encuentro; descubro cosas útiles y disfruto de las inútiles; descifro y paladeo, y realmente no he encontrado una cosa mejor que hacer…
Vocaciones he tenido muchas, desde misionero a periodista, pasando por actor, y al cabo mi itinerario ha sido ecléptico y con mucho meandro. La verdad es que nunca tuve claro en qué consistía esto de la edad adulta, y me atrevo a decir que ni aún ahora se me dibuja nítido.
Hoy soy bibliotecario, pero llegué a ello pasando por el magisterio y vía la farándula. Como el juego de la oca, tal cual, de puente a puente, del aula al escenario y de allí a la biblioteca, ¿y de ahí a dónde? No sé, pero me tienta el juego de tirar de nuevo el dado para mover la ficha hacia otra casilla.
Cuando me toca contarle a un extraño en una boda -raro porque voy a pocas, pero acepto la hipótesis- por qué me gusta leer o ando entre libros le digo que lo más interesante de mi trabajo es poder transmitir el entusiasmo por la lectura y ayudar a la gente a moverse entre las palabras, los datos, las informaciones…
Sin embargo, en realidad mi día a día está cada vez más pendiente de la pantalla, de lo que se mueve tras ella, con cierto azogue sobre el tiempo disponible para digerir tanta información y buscando la manera de recuperar el tiempo lento, relajado, sin prisas que requieren otras lecturas, que precisan ciertos escritos, al igual que determinados guisos que no se dejan conquistar por la Thermomix.
Lo más raro -más que raro es que me dejó con la boca abierta- que me ha sucedido nunca fue un día que estaba colocando libros en la Biblioteca Municipal de Salamanca, donde me crié profesionalmente; me ayudaba un niño que por entonces andaba por los seis o siete años. Era la zona de bebés y la ordenación era bastante libre, se trataba más de colocar para llamar la atención del lector, de atraerle con los libros dando la cara. Entonces le dije yo a ayudante: – Edu, pon esos libros en la “repisita” de la ventana. Y él me miró, alzó su mano derecha amonestándome con el dedo índice: – Se dice “alfeifar”, LuisMi, alfeifar.
Y fue esta una gran lección, una muestra clara de cómo tantas veces al infantilizar el lenguaje lo empobrecemos y de cuánto es lo que nos pueden enseñar a los adultos los niños y niñas con los que trabajamos en la escuela, la biblioteca o en otros ámbitos.
Y lo peor… quizás la falta de respuesta y la incomprensión de quien tiene el poder de decisión en un momento dado, la hipervaloración del número frente a la calidad, la falta de sentido del bien público y compartido que tenemos en este país,…
Aún más, si te dedicas a lo mío la gente no dejará de tocarte las narices con… ¡Vaya chollo, bibliotecario, qué suerte, todo el tiempo tranquilo y leyendo, no te podrás quejar!
He perdido el entusiasmo por lo que hago cuando he olvidado para qué lo hago, el sentido último del trabajo, es decir, el lector, el niño, el joven, el padre, la madre, el docente o el bibliotecario que da sentido a tu trabajo, el usuario al que pretendes atender y servir. Sin embargo, lo mejor de mi trabajo, sin duda, son esas personas que se benefician de lo que haces, a las que puedes animar, apoyar, orientar, proporcionar lecturas e informaciones, fundamentos y herramientas o estrategias, y de las que también aprendes mucho.
El mejor día que recuerdo en el trabajo es difícil de determinar. Por fortuna he tenido muchísimos días buenos, muchos momentos de disfrutar con lo que hacía y muchos otros de verte recompensado por la sonrisa y por las palabras del destinatario de ese trabajo, la mayor satisfacción que se puede tener al culminar una tarea.
Cuando quiero tomarme un descanso me dedico a segar el jardín y luego me encanta tumbarme, mirar la hierba cortada, respirar hondo y disfrutar del olor.
Así es como veo el futuro de mi profesión, híbrida, poliédrica, con un pie en la nube y otro en la tierra, en el vértice del cambio y del progreso, pero tendiendo puentes y conexiones entre lo analógico y lo digital, la tecnología y el humanismo. Miro hacia atrás, y hay aspectos que han cambiado muchísimo, en otros en cambio reconozco las mismas necesidades y parecidas respuestas que antaño, adecuadas a un entorno y unas posibilidades diferentes, claro está.
Eso sí, si un día logro jubilarme querré pasar el tiempo que me queda alargando la partida, seguir con el juego y descubriendo diferentes ocas y puentes nuevos; más cerca de la gente y de mi mismo; rodeado de palabras, vivas, en papel, en pantalla, de historias, más cerca de la naturaleza también.
El último libro que he leído ha sido “El Leviatán”, de Joseph Roth (Acantilado, 2013), me lo regaló mi sobrina Sara, también bibliotecaria en las municipales de Salamanca. Y el primero que recuerdo que leí fue una antología de cuentos de los Grimm en una edición del Círculo de lectores.
Me gustaría añadir que ha sido un placer dejarme llevar por las cuestiones propuestas, gracias por la invitación.