Porque en cualquier momento dejaré de estar, aquí siguen los que fueron. Aquí, alineados en las estanterías” (Héctor Yánover). Los libreros están desapareciendo. En las librerías ya no quedan, ahora hay changos —con cara de culo— que se dedican a teclear en la computadora el libro y autor que quieres. Héctor Yánover, el librero más famoso de Buenos Aires, decía que “la librería no está donde está, sino dentro de uno”. El librero se compra y se vende a sí mismo, como el libro que comienza a serlo, cuando se lee. Un buen librero debe aparentar ser culto con un saber extendido y horizontal (e incluso pedante, algo inalcanzable para una “compu”); debe inspirar confianza; debe oler de lejos a tinta, engrudo y papel. Una vez conocí a un librero que cuando necesitaba un libro para su tienda, lo mandaba a robar a otra librería. Eso es un librero con las letras (y los huevos) bien puestos, capaz de todo para satisfacerte.
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