Dentro de un par de meses Trama editorial publicará en su colección Tipos móviles mi traducción de
At Random: The Reminiscences of Bennett Cerf, el libro de memorias de quien fuera fundador de Random House. En el libro Cerf resulta optimista, amable, divertido, encantado de haberse conocido y tan sagaz y discreto como le permite serlo todo lo anterior.
Creo que este fragmento enseña muy bien cuál es el espíritu del libro:
En 1925, justo después de haber dejado de trabajar con él, Liveright había publicado una obra de Dreiser titulada Una tragedia americana. Fue un gran éxito y casi de inmediato se convirtió en un best-seller. En ese momento Horace Liveright estaba pensando en Hollywood, que en aquel tiempo estaba de moda y de hecho parecía hecho a su medida. De modo que decidió ir a dar una vuelta. Antes de salir le dijo a Dreiser:
—Creo que mientras esté allí puedo vender Una tragedia americana.
Dreiser contestó que era ridículo pensar que alguien pudiera vender en Hollywood una historia sobre un joven que recibe una niña embarazada en su oficina. Así que Horace Liveright replicó:
—Voy a hacer un trato contigo, Dreiser. Los primeros cincuenta mil dólares de anticipo que consiga en Hollywood, son para ti. Una vez cubierta esa cantidad, vamos a medias.
Dreiser contestó:
—No verás un solo dólar. Nadie va a hacer esa película, Horace.
—Tú déjame a mí —repuso Liveright:
Así que se dieron la mano. En aquellos días, cincuenta mil dólares era mucho dinero para comprar los derechos de una película. Pero Horace vendió los derechos cinematográficos de Una tragedia americana ¡por ochenta y cinco mil dólares! Cuando regresó, por supuesto, Horace tenía que presumir de sus triunfos, y yo era una persona muy buena que hacerlo, porque yo siempre le estaba agradecido. Así que él me llamó y me dijo:
—¿Qué te parece lo que les he sacado por Una tragedia americana? ¡Ochenta y cinco mil dólares! Espera a que se lo diga a Dreiser!
—Vaya, me gustaría estar presente.
—Me lo llevo a almorzar al Ritz el próximo jueves, y me gustaría que vinieras a ver qué cara pone Dreiser cuando se lo diga.
Los tres nos fuimos al Ritz. Nos dieron una mesa en la terraza junto a la barandilla. Dreiser dijo:
—¿Qué quieres de mí, Liveright?
Horace era muy tímido y sólo musitó esto:
—Vamos, vamos, vamos a comer primero.
Pero Dreiser estaba gruñón y volvió a la carga:
—¿Qué tienes que decirme?
Finalmente, antes del café, Horace anunció esto:
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