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Una tarde en el 2006, una caminata por Nueva York me permitió descubrir algo que me sorprendió completamente. Lo vi en una vitrina en la tienda principal de Sony; era un aparato costoso, y como las prioridades eran otras, tan solo podía mirarlo, antojado, desde la vidriera, así como soñar al sostenerlo en la sala de ventas imaginando lo que sería poseer uno de ellos en la vida diaria. Al año siguiente, en medio de Central Park, bajo las estrellas, una inglesa amable y generosa me entregaba un paquete mientras decía: «Esto es para ti, y creo que lo disfutarás enormemente». Y así, de la manera más mágica, un lector digital de ePaper hacía aparición en mi vida.
Un quinquenio ha pasado ya, o, como también podría decirse, un lustro. En la Antigua Roma, al finalizar un periodo de estos se celebraba la ceremonia de la lustratio (purificación) para conseguir la bendición y protección de una divinidad. Y si me preguntan cuál es la divinidad a agradar, ha de ser esta la del Libro Electrónico, conocida como eBook, ePub, app de lectura o cualquier otra variación que su nombre ha venido tomando durante estos años de gestación y consolidación. Un camino que he podido observar desde el Caribe, mientras recorro las calles de mi nativa Colombia y accedo de manera digital a los mercados mundiales, o incluso como viajero físico intercontinental que ha podido presenciar en diferentes países y culturas la formación de ideas, propuestas e industrias en torno a esta llamativa transformación de la centenaria industria editorial.
Así pues, me dispongo a compartirles un diario de lectura en el que veremos cómo la tecnología ha tomado un lugar importante en la manera como los textos llegan a mí, las novedosas posibilidades con las que puedo compartirlos y, en últimas, cómo he podido convertirlos en parte vital de mis días y actividades. Más que reemplazo, estos dispositivos han ido convirtiéndose en una ampliación del campo de lectura.
Ahí vienen todos…
Si bien contaba que en el 2007 tuve mi Sony Reader, nunca lo disfruté realmente pues el contenido hecho para estas máquinas no podía llegar a mi aparato.Me explico: era posible meterle PDFs y archivos que yo creara, pero,
como soy colombiano, mi tarjeta de crédito nunca me dio acceso a la compra de contenido. Cual náufrago, quedé a la deriva: fue como adquirir un reproductor de CDs al que no podía sinometermis propios CDs grabados, pues
los otros no me los vendían ya que vivía en el lado equivocado del globo.
El lector de papel electrónico me acompañó desde entonces en mis viajes y pude apreciar la maravilla que era llevar conmigo innumerables textos, leerlos fuera del computador bajo el sol picante de nuestras ciudades… pero
la imposibilidad de introducirlos en la máquina de manera sencilla, así como la pobre calidad en la que muchos de ellos aparecían en la pantalla (al no ser hechos para tal fin), lo fueron dejando en casa con mayor frecuencia. Eran
los días en los que se conseguían pocos ePubs en el Proyecto Gutenberg… Pero igual me convertí en asiduo visitante de sus archivos.
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