I. CULTURA A PESAR DE LA CRISIS. Antes de entrar en materia, permitan un soplo de optimismo. A pesar de todas las dificultades, hay que decirlo, porque somos parte de ese esfuerzo colectivo: nunca estuvo mejor posicionada la Cultura. Tanto por la alta densidad de creadores como por la existencia de amplias redes de equipamientos de todo tipo. La gente lee, ve cine, asiste al teatro, a conciertos, visita museos, disfruta del patrimonio… Existe una industria cultural, en crisis, pero relevante, y un reconocimiento y promoción de la diversidad cultural y lingüística como no se dio hasta el presente.
Se han alcanzado niveles culturales equiparables a la media europea. Conviene no olvidarlo porque esto es, precisamente, lo que está en peligro.
II. LA CRISIS DE LA CULTURA ES PARTE DE LA CRISIS DE REPRESENTACIÓN DEMOCRÁTICA. El derecho a la participación en la enseñanza, en el medio ambiente, en los servicios sociales… se ha materializado en numerosos organismos pretendidamente participativos: comisiones y consejos de medio ambiente, de distrito, de la juventud, escolares, de la mujer y, cómo no, consejos de la cultura.
Estos instrumentos para favorecer la participación, si bien fueron un avance en su día, hoy están tan devaluados que han perdido buena parte de su sentido original. La crisis del sistema de partidos, cuyo mandato constitucional es ser cauce de participación democrática, ha trasladado sus déficits democráticos al conjunto de las instituciones que gestionan. Son la parte y el todo de los asuntos públicos. El resto de los agentes reconocidos por la Constitución son convidados de piedra. En la cultura, también.
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