Texto publicado originalmente en el suplemento Pérgola del periódico Bilbao.
La italiana Alda Merini pasó largas temporadas ingresada en ‘manicomios’ pero nunca dejó de crear una obra por la que hace veinte años Dario Fo se empeñó en que fuera propuesta para el Premio Nobel.
«Picasso hacía lo mismo. No le permitían, dibujar, así que embadurnaba con barniz fresco las sábanas recién lavadas, tanto que le tacharon de idiota y endiablado. Jóvenes o viejos, los genios han hecho siempre cosas de lo más extrañas», escribió la poeta Alda Merini (Milán, 21 de marzo de 1931-1 de noviembre de 2009) en uno de los pequeños textos que recoge el libro ‘La vida fácil’. Silabario’, publicado por Trama Editorial recientemente. Merini habla en ese capitulillo titulado ‘Agenda telefónica’ del genio, de la rareza, y lo hace en este caso partiendo de sus propias cosillas: cuando estaba en casa, solía apuntar números de teléfono en la pared. Dice en este textito que eso ocurría porque en el batiburrillo del hogar -con cuatro hijas y muchos escritos y poco tiempo para la organización del día a día- era incapaz de encontrar un bolígrafo y un papel en el momento justo.
Pero también podría haber contado, como lo hacen los traductores del libro en el prólogo, de sus largas conversaciones telefónicas, de sus muchos cigarrillos al día (hasta ochenta), de cómo le surgían imágenes y con ellas poemas cuando las mantenía, de todas las veces que le dictó a su editor esas obras al aparato, del collar de perlas que llevaba siempre al cuello aunque no tenía una lira. Y de sus problemas mentales, que durante dos décadas la tuvieron entrando y saliendo de hospitales psiquiátricos, y que jamás silenció. Al contrario: fueron tema literario para ella.
Merini era una persona diferente. Lo fue desde pequeña, cuando su primer verso, «escrito con tiza en la pizarra, llamó la atención de todo el mundo. Incluso a mí me cogió por sorpresa. Comencé a creerme poeta». Lo creyeron otros muchos también, y lo creyeron enseguida. Cuando solo tenía 15 años, el poeta y crítico Giacinto Spagnoletti la descubrió y la incluyó en su antología de la poesía italiana del periodo 1909-1949; y un par de años después, gracias a la intermediación de Eugenio Montale y de Maria Luisa Spaziani, otros dos creadores de la época, dos de sus poemas inéditos formaron parte de otro volumen recopilatorio, ‘Poetesse del Novecento’.
Nadie habría podido decir que Merini llegaría tan alto, no ya por la edad, sino por el origen humilde y la falta de estudios. Una vez se encontró a un famoso banquero por la calle y le dijo «Tengo hambre»… A lo que el banquero hizo oídos sordos -le dedicaría más tarde unos versos-. Hija de un dependiente en una compañía de seguros y un ama de casa, la menor de tres hermanos, no pudo entrar en el Liceo porque suspendió el examen de italiano. Pero el genio no encuentra obstáculos, y entre los 15 y los 22 años lo suyo fue un no parar de escribir y de conocer artistas de renombre a pesar de que en 1947 ya había tenido que estar un mes internada en un hospital (sus padres murieron siendo ella muy joven y casi a la vez, lo que la desequilibró).
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