“Date cuenta, Andrés, los libros no arden. Nada arde si no hay oxígeno. Prueba a quemar un libro. No arde. Es imposible. Sin oxígeno no hay combustión”. Me quedo pensativo ante la firmeza de su sentencia. La voz de Miguel García me convence. Admiro a este hombre y si me dijera que la tierra es plana no me echaría yo a la mar salada sin conocer sus límites, aunque cuando escribo este artículo, en vuelo sobre los Alpes italianos, recordando las piras de libros que Ray Bradbury describió en ‘Fahrenheit 451’ ya no sé qué pensar. Bueno, sí que lo sé: quemar libros es uno de los últimos tabúes.
Chaqueta de tweed amplia, pelo abundante, voz de trueno y sonrisa de bonhomía machadiana, Miguel García lo sabe todo de los libros. Pero no solo de los libros.
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