Raquel Blanco. Un estado de ánimo | Trama Editorial

Raquel Blanco. Un estado de ánimo

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Me llamo Raquel Blanco y en el sector del libro o como mero lector se me conoce como Raquel Blanco.
Me gusta leer porque me lo paso muy bien, francamente.
Cuando tenía doce años quería ser madre, sobre todo, esto era lo que tenía más claro o a lo que sabía entonces ponerle nombre. Que lo mismo no suena muy chic, ya, pero es lo que hay. Recuerdo con simpatía que quería tener una familia feliz, un trabajo que tuviera que ver con leer y escribir y viajar, y dinero suficiente para no tener que preocuparme del dinero.
Hoy soy madre [convencida y orgullosa]. También dirijo Soidem, la distribuidora que ha ido surgiendo en torno al magazine en papel Jot Down. Además, soy redactora [modesta], escribo un par de series para esta misma publicación, en su versión digital, una sobre librerías y otra sobre editoriales; también escribo a veces sobre lo que leo y hago las veces de editora jefe de tanyible, un lugar en torno al libro con vocación de comunidad que se sostiene con las ventas de los ebooks que nos dejan en exclusiva las editoriales a las que les gusta el proyecto, editoriales que simpatizan con nosotros, a las que les gusta lo que hacemos.
Cuando me toca contarle a un extraño en una boda por qué me gusta leer o ando entre libros le digo que debería probarlo: es enriquecedor siempre meterse en uno. Aprendes cosas, te mantienes despierto, consciente; practicas el sano ejercicio de enfocarte en algo distinto a ti, en algo hecho por otro. Si resulta que el libro es bueno, si está de verdad bien escrito, puedes tocar el séptimo cielo. Y si además consigues contarlo bien, hacer que proyectos rechulos y rebuenos que nadie conoce vean la luz, que sean conocidos, si consigues que lleguen a la gente a la que deben llegar, entonces y por si fuera poco, estás contribuyendo a que el mundo sea un lugar mejor. No se me ocurre nada más ambicioso, entonces, nada mejor. ¡Es la bomba!, vaya.
Sin embargo, en realidad mí día a día es más bien así: hay días en que trabajo como un animal, muchísimas horas —tantas como para que a veces el cansancio me haga olvidar que me gusta lo que hago, lo que estoy construyendo—, y apenas puedo dedicarle tiempo a leer y a escribir sobre las cosas que me gustan.
Lo más raro que me ha sucedido nunca fue cuando un librero  me dijo que no quería tener a la venta la Jot Down en papel porque no simpatizaba con nuestra ideología política. «Primera noticia», me dije. No tenía ni la menor idea de que nuestra Jot Down tuviera tal cosa, mucho menos de que pudiera percibirse desde fuera algo así.
Y lo peor fue un comentario que me hizo llegar alguien a quien pedí un libro que me había a su vez pedido a mí un redactor para reseñar: «Pero que quede claro que esto no significa que vayamos a colaborar con vosotros». Me desarmó. No recordaba haberle pedido nada, no lo hice, de hecho, y fue muy desagradable. Publiqué por supuesto la reseña, es un gran libro.  Y la editorial también me gusta mucho, he flipado leyendo libros suyos.
Aún más, si te dedicas a lo mío la gente no dejará de tocarte las narices con… Esto a mí no me pasa, nadie viene a tocarme las narices.
He perdido el entusiasmo por lo que hago cuando. Tampoco.
Sin embargo, lo mejor de mi trabajo, sin duda, es el entusiasmo de la gente, los libros que me hacen llegar, los proyectos que me cuentan. 
El mejor día que recuerdo en el trabajo fue cuando… Huy, no sabría quedarme con uno. Los viajes que he hecho para conocer librerías. Cualquiera. O cuando consigo por fin encontrar un ratito de paz para escribir y leer, esas horas en que desconecto de todo lo demás.
Cuando quiero tomarme un descanso me dedico a caminar, leer, correr, nadar, montar en bici, ver películas, escribir cartas de amor que parecen cualquier cosa menos cartas de amor.
Así es como veo el futuro de mi profesión: Aquí hablo como responsable de una distribuidora atípica. Nuestro futuro, más como negocio que como profesión (no sé si esto que yo hago existía antes, si es ‘una profesión’), pasa por ser capaz de hacer llegar a los puntos de venta adecuados libros que pasan desapercibidos, conseguir que las librerías de toda la vida apuesten por proyectos que, aun no teniendo la misma visibilidad que otros con más trayectoria y posibles para invertir en publicidad o promoción, tienen la misma e incluso más calidad que las publicaciones que sí tienen reservado un lugar privilegiado desde hace años en las mesas de novedades.
Eso sí, si un día logro jubilarme querré pasar el tiempo que me queda… escribiendo y leyendo, junto a mi familia.
El último libro que he leído ha sido El diente de la ballena, de Chema Rodríguez. A la vez he leído algún cuento de Pushkin (Historias de Belkin), alguno de Daphne du Maurier(El muñeco) y también algún otro del libro Rusia Gótica, estos últimos por la entrevista que he documentando a Nevsky Prospects; y el primero porque es el que primero abrí de la nueva editorial de cuya distribución nos ocupamos y de la cual estoy orgullosísima, Varasek ediciones, «Poesía, viajes y rock&roll».
Y el primero que recuerdo que leí fue La montaña mágica. No el de Thomas Mann. Se trataba de una novela de aventuras que me hizo llegar una prima mía durante una convalecencia. Qué mundo se abrió ante mí entonces.
En mi mesilla tengo ahora para leer El lunes empieza el sábado, Una noche con Claire y El zoo trágico, todas de Nevsky. La mayoría de los libros que leo están relacionados con artículos que escribo. Esta editorial, además, es que me chifla, tengo un montón de libros suyos ya y a cuál mejor. Su distribuidora es UDL Libros. He de decir aquí también que en mi mesilla de noche, desde hace años, hay un ejemplar de La vida instrucciones de uso, un George Perec al que acudo de vez en cuando. No lo he acabado, no lo quiero acabar.
Me gustaría añadir que  tengo el firme convencimiento de que nada en este sector está completamente inventado. Y que eso, de alguna forma, es bueno para todos: nos permite crecer en algunos casos, reinventarnos en otros. Que haya tanto por hacer es positivo, muy muy bueno. 
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