En Estados Unidos y Gran Bretaña, donde ha tenido mayor penetración, el libro digital se ha estancado o, si prefiere, se estabilizó en alrededor del 20% de las ventas totales; mientras que fuera del mundo angloparlante no pasa del 5%. El resto son los textos de siempre, en papel, con páginas e índices. La conclusión rápida ha sido que el mundo impreso y digital van a convivir. O incluso que la “amenaza electrónica” retrocede.
Puede ser. Sin embargo, antes de apurarse con las conclusiones habría que poner atención a algunas realidades: por ejemplo, que instituciones propias de la cultura impresa siguen en crisis, y que el e-book es la parte menos creativa dentro de las posibilidades que abre la llamada revolución digital.
Es lo que dijo el historiador francés Roger Chartier, especialista en historia del libro y la lectura, hace unas semanas de visita en la casa Central de la Universidad de Chile. Profesor emérito del Collège de France y autor de obras como El orden de los libros, Inscribir y borrar, Las revoluciones de la cultura escrita y El mundo como representación, Chartier fue invitado por la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Casa de Bello a una serie de conferencias, entre ellas El libro y la lectura en soporte digital: ¿un cambio de época?, en la que matizó el optimismo impreso: “El porvenir es indescifrable”, dijo.
Parecido, pero no igual.
Empecemos por el principio: ¿Qué es un libro?
(Ríe) Es el principio y el fin al mismo tiempo… Es una pregunta antigua, Kant la había formulado en un texto de finales del XVIII, y respondió: un libro es un objeto material, un opus mechanicum, decía, resultado del trabajo de un taller tipográfico; y es un discurso, es el libro de Umberto Eco o es el libro de Gustave Flaubert. Hay una relación indisociable entre un objeto material —que distinguimos inmediatamente de los otros objetos de la cultura escrita (el periódico, una revista, un cartel)— y el discurso, que también tiene una serie de diferencias con otros discursos (no es un artículo, no es una carta, no es un panfleto). Es esta identidad entre la materialidad del objeto y la naturaleza del discurso lo que ha definido qué es un libro.
Luego de la aparición del códice (el libro compaginado que reemplazó a los rollos) y de la imprenta de Gutenberg, la irrupción de lo digital es la tercera revolución en nuestra relación con la escritura. La singularidad del nuevo momento es que por primera vez el texto se separa de su soporte. O sea, en una pantalla cualquier texto se lee igual, no importa si se llama diario, libro o carta. Además, mientras el códice impone una unidad —el libro que tenemos en las manos—, la lectura en pantalla es discontinua, segmentada, hipertextual. Es como un “banco de datos”, no implica la comprensión de la obra en su totalidad.
En la lógica digital los textos son móviles, maleables, abiertos; permiten al lector intervenirlos, transformarse en escritor; todo en el mismo aparato. Son palimpsestos que siempre se reescriben y que hacen desaparecer la identidad de la autoría… la autoridad de la autoría, agregó el historiador. O sea, la versión electrónica de un libro no es el mismo libro; tampoco la de una revista o un diario: En el formato impreso se sigue una lógica tipográfica, coexisten en el mismo objeto varios textos. Se puede viajar de un artículo a otro; lo mismo con el diario. La coexistencia de varios artículos es esencial para mostrar un proyecto intelectual, cultural, ideológico. La lógica digital es enciclopédica.
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