Una librería en la ciudad es lo que un faro en el océano para los antiguos navegantes: un punto luminoso, que orienta, que ayuda a no naufragar. Es comercio singular, con un atractivo especial: la iluminación, los libros, los colores de las portadas, la gente mirando sin prisas… Una librería trasmite siempre una sensación apaciguante, que se impone como un lugar de distensión dentro de la agitada vida de la ciudad. Pero también tiene que cumplir con todas las reglas de cualquier comercio: buenas garantías para alquilar el local, una renta elevada si quiere estar en una buena ubicación, servicios e impuestos, y sobre todo, ser rentables para poder subsistir.
A una librería, los clientes le pedimos más que a cualquier otro tipo de comercio: queremos una selección cuidada, atención personalizada pero no agobiante, capacidad para saber recomendar, algún saber literario, político, o técnico, y un ordenamiento impecable y bien señalizado, que nos permita recorrer mesas y estanterías deambulando con tranquilidad, como un buen flaneur.
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