¿Son los vertiginosos beneficios de la industria editorial malos para la ciencia? Stephen Buranyi en Sinpermiso | Trama Editorial

¿Son los vertiginosos beneficios de la industria editorial malos para la ciencia? Stephen Buranyi en Sinpermiso

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“El propósito de las publicaciones de alto impacto es un sistema de incentivos tan podrido como el de las comisiones bancarias”

“En el futuro solamente quedarán un puñado de compañías editoriales inmensamente poderosas, y llevarán a cabo su actividad comercial en una era electrónica sin costes de impresión, convirtiéndose casi en puro beneficio.”

El año 2011, Claudio Aspesi, un veterano analista financiero del centro londinense Bernstein Research, apostó a que la empresa líder en una de las industrias más lucrativas del mundo se acercaría a la caída financiera. La empresa Reed-Elsevier, una gigante editorial multinacional que cuenta con unos ingresos cercanos a los 7.000 millones de euros, era un delicioso caramelo para cualquier inversor. Se trataba de una de las pocas editoriales que había manejado exitosamente la transición a Internet, y un reciente informe de actividades societarias preveía al menos un año más de crecimiento. Aspesi, sin embargo, tenía una razón para creer que esa predicción –junto a la de todos los analistas financieros importantes– era incorrecta.

El núcleo de actividad de Elsevier está en las revistas científicas, publicaciones de periodicidad semanal o mensual en las que los científicos comparten sus resultados. Pese a su reducida audiencia, la publicación científica es un negocio extraordinariamente mayúsculo. Generando un total de ingresos globales por encima de los cerca de 22.000 millones de euros, su volumen está entre el de la industria discográfica y el de la industria del cine, pero es mucho más rentable. En 2010 la rama de publicaciones científicas de Elsevier declaró 827 millones de euros en beneficios, de un total de 2.300 millones de ingresos. Eso implicaba un margen del 36%: superior al que declararon Apple, Google o Amazon ese año.

Pero el modelo de negocios de Elsevier tenía algo de enigmático. Una editorial tradicional, pongamos una revista magazine, debe cubrir primero una multitud de gastos para después llegar a ganar dinero: pagar a los redactores por los artículos; emplear a editores para hacer encargos de artículos, darles formato o revisarlos, y pagar por distribuir el producto final a suscriptores y vendedores. Todo eso es caro y esas revistas ganan típicamente entorno al 12-15% de beneficios.

La forma con la que se gana dinero con un artículo científico es aparentemente muy similar, salvo que las editoriales científicas se las arreglan para eludir la mayor parte de los costes reales. Los científicos producen bajo su propia dirección –financiados mayoritariamente por los gobiernos–  y se lo dan gratis a las editoriales; la editorial paga a editores científicos para que juzguen si el trabajo merece ser publicado y revisan el formato, pero la mayor parte de la carga editorial –revisar la validez científica y evaluar los experimentos, un proceso conocido como revisión por pares– la realizan científicos de forma voluntaria. Las editoriales venden entonces el producto a bibliotecas de universidades y otras instituciones, financiadas públicamente, para que lo lean los científicos –quienes, como colectivo, crearon el producto en primer lugar– .

Es como si la revista New Yorker o The Economist exigieran a los periodistas que escribieran y editaran el trabajo los unos de los otros gratuitamente, y pidieran al gobierno que pagara la factura. Los observadores externos tienden a caer en una suerte de incredulidad estupefacta cuando se les describe esta trama. Un comité parlamentario sobre ciencia y tecnología sacó en 2004 un informe sobre esa industria, en el que se observaba secamente que “en un mercado tradicional los proveedores son pagados por los bienes que aportan”. Un informe del Deutsche Bank de 2005 se refería a ésta como una “extraño” sistema “de triple pago”, en el que “el Estado financia la mayor parte de la investigación, paga los salarios de la mayoría de los que revisan la calidad de la investigación, y luego compra la mayor parte del trabajo publicado”.

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