“En este lugar reposan los restos de un ser que poseyó la belleza sin vanidad, la fuerza sin insolencia, el valor sin crueldad, y todas las virtudes del hombre sin sus vicios”. Es el epitafio que Lord Byron le colocó en el mausoleo de los jardines de Newstead a su Terranova Boatswain. Esto se viene traduciendo popularmente en algo así como “Cuanto más conozco a los hombres, más quiero a mi perro”. Seguimos la línea descendente en sentido contrario al “sentimentalismo del movimiento romántico”, porque, nos avanzan en Trama, “la ironía es la manera de ver el mundo después de las matanzas mundiales”; y la cosa acaba en Perroantonio (“versión furiosa de José Antonio Blanco”). Este híbrido arrollador tiene la capacidad de despertar automáticamente las simpatías de todos los amenazados por la sátira que marcan sus afilados incisivos, algo insó- lito y otro punto a favor del marcador canino frente a la incongruencia de la humanidad. Porque Perroantonio viene para enmen – darnos la plana a los humanos y hacernos una autocrítica. Y nos muerde bien mordidos y nos hace gracia y no paramos de reírnos. Tremendo. Definiciones/dentelladas de un diccionario ácido, muy particular, que tiene leña para todos y para todo, del “político” al “vegetariano”, de la “cirugía estética” a la “hermenéutica”. Un delirio fresco y divertido, divertido de verdad. Que me encierren, pero deja con ganas de más mordiscos. / M. R.
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