“Las generaciones jóvenes, formadas más en la imagen que en la palabra y más en Internet que en la tele, tienden a pensar que toda la información está en la red. Están menos familiarizadas con la prensa. Eso puede tener diversas consecuencias. Y la más importante será la desaparición de las publicaciones en soporte papel, incluidos los periodistas culturales que lleve a bordo en el momento del naufragio”. La afirmación de Llàtzer Moix, periodista de
La Vanguardia, resume uno de los extremos, probablemente el más creído, de los cambios que están generando las nuevas tecnologías.
Y es que, en ese contexto de transformación acelerada, aparecen con insistencia, revistan o no tonos apocalípticos, imágenes de lo viejo y lo nuevo, de las dificultades de adaptación, del peso de la herencia y de las rigideces de la tradición. En ese sentido el bloguero Martín Gómez (http://elojofisgon.blogspot.com) nos señala que los periodistas, individualmente y como gremio, han reaccionado tarde a los cambios, “probablemente porque la formación que tuvieron estaba orientada hacia el papel, pero también por las inercias del oficio y por las enormes estructuras en las que trabajan, que apenas les dejan margen de maniobra. Por eso no detectan los cambios y, cuando lo hacen, no reaccionan, ya sea por falta de voluntad o porque la estructura del medio no se lo permite”. Martín Gómez contrapone ese ámbito rígido con la flexibilidad de lo digital, donde sólo hacen falta dos o tres personas para que todo funcione con la eficacia y rapidez necesaria. Por eso, “los periodistas culturales han perdido su monopolio frente a la capacidad de reacción de los blogs y de los nuevos medios, que también ofrecen información confiable pero con mucha más rapidez”.
Desde esta perspectiva, hay dos problemas que deben afrontarse. El primero se refiere a los modos de relación del periodismo cultural con sus lectores, enraizados en un esquema unidireccional, en el que el periodista posee el monopolio de la información y de la opinión y el receptor debe asumir un papel pasivo. Como afirma Nacho Fernández, Director/editor de
http://www.literaturas.com/, “La crítica ha muerto porque no es capaz ni de marcar ni detectar tendencias. La forma de dar la información y las fuentes han cambiado: la comunicación es distinta desde la llegada de Internet. Es cierto que el papel de prescriptor que tenía el crítico jugaba a favor de su trabajo. Eran la elite informada, le llegaban las novedades, las «exclusivas», los adelantos editoriales… su poder era el medio donde trabajaba y su trono el mensaje en una sola dirección”.
Algo que nunca más será así, nos dice, en tanto la llegada de las nuevas tecnologías posibilita que el lector busque y participe, reciba y aporte. Y esa será la línea que separe el pasado del futuro, los viejos y los nuevos circuitos. Así, el crítico ya no formará más parte de un conglomerado de poder que pontifica a través de los medios de masas y que impone sus gustos a una audiencia que, como carece de acceso a la información, se ve dominada por la oferta. El modelo contemporáneo, el que proponen los partidarios de lo digital, es horizontal: el antiguo crítico, un participante más de las redes, se sitúa en una igualdad de condiciones que hace posible la conversación, ofreciendo así una información no impositiva. Ya sea asumiendo su posición de francotirador en un blog o formando parte de colectivos de tamaño reducido, el periodista digital se encuentra con quienes lo leen para conversar con ellos.
Así lo subrayan Javier Jiménez y Manuel Gil, blogueros (http://paradigmalibro.blogspot.com), editores y autores de
El nuevo paradigma del sector del libro (Trama editorial), para quienes la actual fase de la revolución de Internet ha propiciado la primacía de la “relación y la interacción”sobre la información plana. El periodista cultural tiene una oportunidad de oro en este medio que le permite un contacto más directo y personal con sus lectores. Su función dejará de ser directamente prescriptiva, y su tarea diaria, gracias a los nuevos soportes, será la de relacionarse e interactuar con sus distintas comunidades”.
En este contexto, los modos de funcionamiento habituales tendrán mucha menor validez: “no debemos olvidar que Internet posibilita dos cosas esenciales. En primer lugar, cada usuario se convierte en un generador nato y neto de contenidos y, en segundo, que ante la avalancha descomunal de contenidos en el futuro, el valor de los mismos puede tender a cero”. Así, los periodistas se verán obligados a buscar nuevas formas de influencia, que ya no estarán relacionadas con tareas prescriptoras. Los libros no se venderán porque las reseñas sean muy favorables, ni las películas porque unos cuantos críticos hablen bien de ellas. El factor esencial será su capacidad de penetración en las redes, la sustitución del viejo boca a boca por el boca-oreja digital. Estaríamos sufriendo, pues, una transformación que nos llevaría de un modelo en el que el periodista cultural, como parte de los medios de masas, imponía el canon, las formas de justificarlo y los modos comunicativos, a otro en el que el periodista no ejercerá ya como mediador único y donde serán los consumidores quienes elijan a su conveniencia.
Desde esta perspectiva, asegura Nacho Fernández, “la industria cultural no necesita periodistas culturales. Necesita buenos gestores y activistas culturales que avancen propuestas, me muestren, que reflexionen o que provoquen. La industria cultural necesita innovadores culturales y personas que empoderen las obras y trabajos de los que no pueden estar en los medios de masas y en la mesa de novedades”. Por eso, señala Martín Gómez, “las editoriales están bombardeando con sus adelantos a las publicaciones digitales y a los blogueros especializados; saben que si un libro no suena en la Red será difícil su promoción”.
En definitiva, que en las críticas al periodismo tradicional volveríamos a encontrar algunas de las metáforas habituales de estos tiempos, muy ligadas a planteamientos liberales, y que cifran el problema en esas autoridades rígidas e impositivas que se resisten a los cambios y que pretenden que sigamos anclados en las tradiciones en lugar de acoger las ventajas que nos trae el progreso tecnológico; autoridades que en lugar de colocarse a la altura de sus receptores, como demandarían los tiempos, pretenderían continuar en una situación de privilegio. Pero que esta crítica eche mano de imágenes sociológicas muy habituales en la posmodernidad no implica que, más allá de su acierto, no esté señalando transformaciones que han de tenerse en cuenta.
Y una de ellas, y de gran importancia, es la irrupción, que lleva tiempo demorándose, del
ebook. Si éste se desarrolla conforme a lo esperado, si realmente se convierte en un soporte en el que la lectura se realice con comodidad, el panorama editorial sufrirá una readaptación de notables consecuencias. Y entre las más sustanciales estará aquella que otros sectores de la industria cultural ya han sufrido, la de las descargas gratuitas. Si en la actualidad es muy sencillo encontrar en las redes p2p los títulos más vendidos y muchos libros de fondo de catálogo, o si una novela como la última de Harry Potter estuvo disponible en la red, traducida al español, antes de que se hubiera siquiera publicado el título original en el Reino Unido (la última de Stieg Larsson fue puesta en la red, en formato
ebook, el mismo día de su salida a la venta en España), en el instante en que se generalice el uso de los nuevos soportes, tales descargas se multiplicarán hasta alcanzar niveles de similar repercusión a los del sector discográfico o cinematográfico. Y aunque se prevea que sus consecuencias serán de menor entidad en el mundo del libro, no quedará exento de ellas. Mientras que las descargas de cds se han compensado, al menos en parte, mediante el incremento de entradas vendidas para los conciertos, y mientras el cine continúa gozando de la baza del estreno y de ese hecho social que es acudir a las salas, el libro deberá encontrar nuevas estrategias para frenar esas inevitables pérdidas.
Si reparamos en otros sectores, la existencia de las descargas p2p no le ha venido mal al periodismo cultural, ya que al incrementar la disponibilidad de las obras, y al hacer más patente aún la sobreproducción, ha incrementado la demanda de una referencia que guíe al destinatario final entre el enorme caudal de la oferta. La paradoja es que, más que al periodista, las descargas han sido útiles a las publicaciones sectoriales que, hasta la crisis, remontaron una situación comercial que se les había complicado. Fue el caso de esas revistas musicales (sobre todo de papel, pero también digitales) que supieron situarse en un sector concreto, generando un espacio de información atractivo para los lectores y para los anunciantes. Sin embargo, el periodista cultural se hizo menos visible; importaba el medio (la marca de referencia) y muchos menos quién era el autor del mensaje. Pero, avisa Sergio Vila-Sanjuán, director de Cultura/s, suplemento de
La Vanguardia, ese esquema no funciona en el mundo del libro. En primera instancia, porque las advertencias que señalaban la inminente desaparición del formato papel no se han cumplido y es probable que tarden bastante tiempo en hacerlo. La segunda diferencia es que el mundo del libro privilegia la firma: “igual que el libro tiene un autor, también el comentario sobre el libro lo tiene”. Por eso, asegura Vila- Sanjuán, “cuando se consoliden medios de información literaria en Internet se va a repartir el prestigio del firmante con el de la publicación”.
LO MATERIAL Y LO SIMBÓLICO
La segunda gran transformación que está aconteciendo en el mercado de la información cultural tiene que ver con sus aspectos económicos, insertos definitivamente en un contexto de crisis. Y aún cuando ésta sea la causa a partir de la cual tratan de explicarse los cambios, lo cierto es que la recesión no ha hecho más que intensificar tendencias ya existentes. Así, el mundo digital, que vive exclusivamente de la publicidad, tiende a producir aquellos contenidos que resultan interesantes a quienes se anuncian. Además, como es creencia extendida que la cultura no es rentable, en tanto cuenta con audiencias minoritarias, su presencia en las páginas generalistas decrece, algo que incluso ven con alivio los propietarios de los medios, para quienes la información cultural no era más que una exigencia simbólica. Así, terminan por reducirse (o eliminarse) los espacios dedicados a esta clase de contenidos, ya subsumidos en las categorías generales: son los amores o escándalos de las estrellas, las noticias sobre las ventas o la implicación política de los creadores lo que suele interesar a las grandes publicaciones.
Y no es cuestión sólo de los medios digitales sino que se trata de una tendencia general en el periodismo, y muy patente en las publicaciones no diarias. Algo que nos subraya el cambio de paradigma: si los diarios y revistas de papel (“las tradicionales”) buscaron en primera instancia al lector, que era quien sostenía las publicaciones, y después al anunciante, si su tarea consistía en producir contenidos atractivos para sus lectores a partir de los cuales llegaría la publicidad, en el nuevo mundo está comenzando a funcionar la lógica contraria, la de producir contenidos atractivos para los anunciantes que lo sean secundariamente para los lectores.
De esta forma, la crisis alcanza a un periodista cultural que cada vez tiene menos espacios en los que emplearse y que se ve obligado a navegar entre dos modelos, el de los medios tradicionales, en plena recesión, y el digital, aún por desarrollarse. Los primeros, además, estarían sometiéndose a un lógico reajuste, en tanto, como explica F. Rodríguez Lafuente, director de la Revista de Occidente y de ABC de las Artes, suplemento del diario ABC, “España es el país en que los periódicos publican mayor información cultural diaria de toda la UE”. Y es que, subraya Vila-Sanjuán, “el periodismo cultural ha tenido un crecimiento ininterrumpido desde 1980. En estos 29 años, nacieron las secciones de cultura en los diarios y sus suplementos literarios vieron cómo se incrementaban notablemente sus páginas. Además, televisiones y radios les dieron cada vez mayor importancia”. Por tanto, es hora de que esa sobredimensión regrese a parámetros manejables, algo a lo que también estaría ayudando la caída en la inversión publicitaria, que comienza a pasarse a Internet. Como explican Jiménez y Gil, “los nuevos medios digitales permiten no sólo medir mejor la eficacia de las campañas sino que tienen mejores retornos en la inversión”.
En consecuencia, se prevé que el periodismo cultural atraviese a corto plazo malos momentos, no muy diferentes, asegura Juan Cruz, adjunto a la dirección de El País, de los que aquejarán al resto del oficio. “Los periodistas culturales reciben la misma consideración salarial que los demás en la actualidad y así será también en el futuro”. Y es que, señala Blanca Berasategui, directora de El cultural, suplemento del diario El Mundo, a la hora de negociar las condiciones económicas “lo importante no es la sección, es más cuestión de la publicación y de las personas. En los grandes medios los periodistas culturales supongo que ganarán los mismos que los de economía, local o sociedad”.
Pero vivan o no los mismos ajustes que el resto del periodismo, lo cierto es que las previsiones, en este sector, son muy pesimistas. Como explican Jiménez y Gil, “en los últimos meses los distintos grupos mediáticos han despedido a cientos de profesionales, reduciendo las redacciones a la mínima expresión. También se ha prescindido de los colaboradores habituales y hasta del personal freelance. Se impone para todos ellos el autoempleo y el teletrabajo”. El periodista y bloguero http://juanangeljuristo.nireblog.com/ Juan Ángel Juristo, subraya también cómo su profesión “estará cada vez peor, en situación cada vez más precaria. Algo nada extraño, pues la situación de relativa bonanza del periodista cultural en la prensa occidental se remonta a los años sesenta, no antes. Hay que recordar lo que pagaban a los periodistas a finales del XIX, todo aquello de la prensa canalla, que tan bien retrató Luces de bohemia, o mejor, Las ilusiones perdidas, de Balzac”. Para Juristo, estamos regresando a situaciones similares a las del siglo XIX, “cuando los diarios brotaban como hongos, un poco al modo en que ahora lo hacen los blogs y las páginas web, y el oficio apenas daba para subsistir. Hubo que esperar casi cien años para que la situación se regularizara”.
Por eso resulta más urgente que nunca que el periodista cultural busque nuevas fórmulas para resituarse. Lo que, en opinión de Jiménez y Gil, pasa por entender a las nuevas tecnologías de la información como sus grandes aliadas. “Los periodistas culturales deben elaborar un plan estratégico que les lleve a diseñar sus propios canales de información (blogs) y generar ingresos mediante publicidad contextual. Parece evidente que este tipo de profesionales de la información deberán migrar hacia otros medios y soportes y buscar fuentes de ingresos colaterales”.
Sin embargo, y de momento, no parece que el modelo emergente está ofreciendo alternativas económicas. En principio, porque quienes están logrando situarse en él, quienes se están convirtiendo en referencia, como ocurre con muchos blogueros, no logran rentabilizar económicamente su esfuerzo salvo si sus blogs forman parte de las webs de los medios de comunicación tradicionales. Como señala Martín Gómez, “uno de los rasgos de esos contenidos digitales es la gratuidad y así es como trabajamos muchos en revistas digitales”. Ciertamente, existen posibilidades de conseguir ingresos, “como la publicidad pautada por gente del sector, la conseguida a través de mecanismos propios del medio digital o por la participación de campañas de marketing de influencia” pero están aún por desarrollarse del todo. Eso sí, quienes poseen blogs de referencia consiguen una notable retribución en forma de capital simbólico, ya que “te posicionan como un valor en el mercado”.
El periodismo cultural, pues, se encuentra entre un mundo en crisis, del que dicen se desvanecerá pronto, y un futuro que apenas logra adivinarse. En lo que se refiere a lo material, eso significa que nos movemos entre unas condiciones laborales y salariales en retroceso y un nuevo mundo que sólo nos retribuye simbólicamente. Por eso, César Rendueles, adjunto al director del Círculo de Bellas Artes, subraya que “las condiciones salariales del periodista cultural en este contexto dependerán de su poder contractual, o sea, de su capacidad para ejercer presión colectiva sobre sus contratadores. En otras palabras, me parece importante distinguir el análisis del mercado de trabajo (periodístico) de la ciencia ficción.”
HACIA DÓNDE VAMOS
En suma, que nos encontramos ante un contexto de incertidumbre y riesgo del que surgirá un modelo completamente distinto, dicen, de periodismo cultural. Y aunque nadie sepa definir con seguridad cuál es el mundo al que nos dirigimos, todos lanzan sus apuestas, generalmente definidas por la posición que cada cual detenta en el mercado de la información cultural.
En primera instancia, aparecen una serie de posturas pesimistas que constatan el declive de la profesión y que miran el futuro con preocupación. Llàtzer Moix señala, incidiendo en las perspectivas laborales, que si la crisis es más profunda y no se encuentra alguna posibilidad de rentabilizar la actividad en Internet, “quizás los periodistas culturales prefieran trabajar en otras ocupaciones antes que quedarse en ayunas”. Otros, como Juan Pedro Quiñonero, bloguero (http://unatemporadaenelinfierno.net) y corresponsal del diario ABC en París, adoptan una posición más distante, como si la batalla estuviera ya perdida, en tanto “lo que se compra y se vende masivamente como “cultura” son sucedáneos podridos, defendidos a dentelladas por los plumíferos y gacetilleros del ramo. Hace apenas treinta o cuarenta años, los escritores defendían ideas, se peleaban con mucho brío para defender estilos o escuelas de pensamiento. Hoy prefieren no meterse en líos intelectuales y culturales. Lo que hoy funciona son las mafias filantrópicas. Quienes se integran en tales mafias pueden tener un peso evidente”. En consecuencia, tampoco es de esperar que Internet altere sustancialmente la situación. “Me gustaría pensar que escritores, críticos, intelectuales… serán capaces de prolongar la amenazada vida de la cultura a través de Internet y medios digitales. Vaya usted a saber. Leer la Recherche proustiana no es nada fácil ni vía Internet. Y lo que hoy está en juego es la existencia misma de editoriales capaces de publicar libros como la Recherche”.
Sin embargo, las posturas mayoritarias, muy ligadas a la valoración que se le suele otorgar al cambio tecnológico, distan mucho de visiones negativistas. Quizá porque, como asegura F. Rodríguez Lafuente, “ser pesimista es muy aburrido”. Así, Blanca Berasategui cree que Internet nos ayuda en muchos sentidos, ya que “todos podemos acceder a todo al mismo tiempo y en igualdad de condiciones. Internet nos pone el mundo, también el cultural, al alcance de la mano. Tenemos las más importantes bibliotecas del mundo, toda la historia de la literatura, a nuestro servicio. Y además, para los escritores, acaba con esa lacra que son los libros descatalogados”. En ese nuevo entorno también saldrá beneficiado, al cumplir las funciones de siempre por otros caminos, el periodista cultural, ya convertido “en ese filtro necesario, casi imprescindible, que discrimina y organiza el inmenso caudal de informaciones que recibe el internauta y que no siempre resultan importantes, fiables ni veraces”. De hecho, la red, lejos de ser una amenaza, es un indispensable instrumento de mejora. “Es posible que desaparezcan con el tiempo los suplementos culturales de los periódicos de papel, pero de Internet no desaparecerán nunca”. Los cambios que trae la red, pues, conservarían, mejorándolo, aquello que ya conocemos.
También Juan Cruz cree que el nuevo mundo será muy similar al que se acaba de abandonar. “El periodismo va a ser siempre periodismo; cambian los modos y los tiempos, pero la escritura es siempre escritura, y el periodismo escrito, que es del que estoy hablando, obedecerá siempre a los parámetros que son sustanciales al periodismo de siempre: rigor, veracidad, profundidad, seriedad, capacidad de rectificación, respeto a las personas, preocupación por los valores que constituyen la esencia de la sociedad…”
Y similar impresión tiene el poeta y periodista radiofónico Javier Lostalé, quien asegura que, a pesar de todo, “la figura del periodista cultural va a seguir siendo necesaria. Seguirá haciendo falta alguien que lea e interprete, que tenga un trato personal con autores y editores, que tenga ascendencia sobre los libreros, que esté unido a la vida del libro y que ofrezca una confianza que la información que circula por la red no siempre brinda”.
Rodríguez Lafuente se suma a esa opinión mayoritaria señalando que “la red multiplicará la función de los periodistas culturales”. Y es que Internet generará en el ámbito cultural “una transformación similar a lo que significaron las vanguardias de hace 100 años, en aquella época también polémicas, sorprendentes y provocativas. Si se leen los testimonios de escritores e intelectuales de aquel tiempo sobre el nacimiento del cine uno se queda pasmado. Se decía de él que era un arte populachero y vulgar y que no tendría ninguna influencia en las costumbres y valores de una sociedad”.
La otra postura mayoritaria en el sector advierte, por el contrario, de la inminencia de una transformación radical, a la que deberemos adaptarnos inevitablemente Así, Nacho Fernández afirma que “el periodista cultural dejará de existir en cuanto los medios impresos de tinta desaparezcan. Los medios digitales se segmentaran y fraccionaran (porque el medio Internet lo permite) aún más. Estamos en el nacimiento del bis a bis informativo. Es lo que estamos haciendo con la sindicación de contenidos (RSS), tener nuestros informadores preferidos a la carta. El ejemplo lo tenemos en los blogs, gente muy preparada y capacitada informando verazmente, con calidad y de un modo diferente. Los medios digitales convencionales mutados cumplirán el papel del filtros de información, pero filtro no entendido como lo que pasa y lo que no pasa, sino como herramienta que ordena y jerarquiza la información para el lector”.
LOS NUEVOS MODELOS DE PERIODISMO CULTURAL
Pero más allá de que nos encontremos ante una continuación mejorada de lo existente o ante una mutación radical de modelo, algo que llevará tiempo conocer, en lo que sí coinciden los expertos es en que habrá tres tipos de cambios seguros en el periodismo cultural:
a) Vamos hacia un mundo híbrido, en el que el término periodista cultural ya no tendrá un perfil bien definido. En primer lugar, porque lo que buscarán los medios será colaboradores con capital simbólico, independientemente de su profesión. Necesitarán prescriptores y éstos, como afirma Martín Gómez, “no tienen por qué ser periodistas. Ahora mismo tenemos a un Vila-Matas o un Goytisolo que pueden ayudar con su recomendación a que un libro se convierta en un fenómeno de ventas”.
En segunda instancia están quienes aseguran que ese poder de prescripción, que nos pertenece a todos, se encuentra con mucha más frecuencia entre los miembros de las redes que en esos viejos expertos que dicen poseer un gusto superior. Así, Nacho Fernández asegura que “hay una legión de hombres y mujeres que dicen lo que quieren, sienten y les apetece y otra muchedumbre de hombres y mujeres que leen, se identifican y valoran la opinión o la información que le proporciona un tipo en chándal en su casa. Además de ese “Crítico” conocen su gusto, el conocimiento que tiene de los temas que trata, cómo actualiza la información, con quién se relaciona, qué fuentes consulta, y además nadie le paga por hacerlo. Si el tipo que me da todo esto, además me identifico con él bien generacionalmente o por la forma de decir/escribir lo que piensa… sinceramente, para que quiero una crítica o un periodista que me lo cuente. Quiero el yo digital, el yo de quien me fío, el que valoro como referencia (si luego es un crítico o un periodista especializado, mejor)”.
b) La información primará por completo sobre la opinión y ni siquiera los suplementos culturales permanecerán al margen de esa tendencia. Guillermo Altares, director de Babelia, suplemento literario de El País, cree que lo que salvará a los periódicos de pago “será la capacidad del periodista de descubrir historias interesantes. Tenemos que ofrecer cosas que los demás no tengan”. De lo que se trata es de competir con aquello que los demás no pueden dar y eso no puede ser la opinión, que vive momentos de inflación (todo el mundo tiene su blog) sino que las bazas a jugar serán las exclusivas, las entrevistas a los grandes creadores y los adelantos. Y las historias, “sobre todo las historias”: por eso, el periodista cultural tiene que dejar de serlo para convertirse en periodista sin más. Esto es, en alguien que sabe narrarnos lo que ocurre ahí fuera con una mirada fresca y atractiva.
c) Los nichos de mercado serán de gran importancia, también para la información cultural. Como destaca Martín Gómez, los medios digitales que se concentran en pequeños nichos están ante una gran oportunidad, en la medida que “con un coste muy bajo se pueden producir contenidos que llegarán a un número limitado pero asiduo de lectores”. Una tendencia que será muy útil al periodista cultural, como subrayan Jiménez y Gil, si sabe abrirse camino en esos pequeños entornos: “La hiperfragmentación de las audiencias puede ser una oportunidad para que el periodista cultural se recicle y trascienda el modelo de mercado de masas, propio de los suplementos en prensa escrita liderados por grupos mediáticos. Si logra adaptarse a estos nuevos nichos de mercado, preservando su independencia, y utilizando las herramientas de la Web 2.0, el periodista cultural, mediante su bitácora, blog o portal, logrará visibilidad virtual y preservará su credibilidad ante los lectores. Estos periodistas deberán a también entender que los nuevos modelos de comunicación han cambiado: de la linealidad a la circularidad. De pontificar en un suplemento de libros a interactuar con lectores y usuarios en redes circulares multiexponenciales en sus posibilidades de interacción”.
Sin embargo, todas estas certidumbres, que están modelando el presente del periodismo genéricamente considerado no dejan de tener sus inconvenientes, a menudo mucho mayores de lo que su formulación, atractiva y amable, deja entrever. En todo caso, son las pautas dominantes, aquellas a partir de las cuales se está intentando trazar el futuro del periodismo cultural. Si es que lo hay…
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*La primera parte de este ensayo apareció en Texturas 8, mayo de 2009.