Un estado de ánimo. Alejandra Díaz Ortiz | Trama Editorial

Un estado de ánimo. Alejandra Díaz Ortiz

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Y en el sector del libro o como mero lector se me conoce como… Por el mismo nombre y apellido. O la de los Cuentos chinos. O la mexicana de los Cuentos chinos.
Me gusta leer porque…En primer lugar, porque es un hábito adquirido desde la infancia, mérito de mis padres y profesores. En segundo lugar, esencial, porque estoy enganchada a ese íntimo placer que solo el acto de leer te puede provocar. También disfruto del montón de dudas que se me rebelan a través de la lectura, y que solo puedo saciar abriendo el siguiente libro. Por si fuera poco,  leer hace que los viajes resulten menos estresantes. (Y, aquí entre nos, leer también ayuda a fardar en ciertas situaciones…)
Cuando tenía doce años quería ser… Cabaretera. Me recuerdo subida en unos mini tacones de juguete, de plástico rojo, delante del espejo, tratando de imitar las coreografías de la  célebre Elena  (Ninón Sevilla), en el clásico mexicano Aventurera.
Hoy soy… Dicen que una escritora. Yo digo que vivo del cuento.
Cuando me toca contarle a un extraño en una boda por qué me gusta leer o ando entre libros le digo que… Hace muchos años que evito que me inviten a una boda. De hecho, a la última a que asistí, fue a la mía. Y el tequila nos impidió hablar de libros.
Sin embargo, en realidad mi día a día es más bien así:… Soy neo rural. Es decir, una urbanita que, por circunstancias de la vida, ha terminado viviendo en un pueblo serrano de apenas quinientos habitantes. Así pues, la vida comienza muy temprano con el paseo a los perros. Luego, de nueve a una, procrastino frente al ordenador. Y, a veces, escribo. El día termina igual que comenzó: con un paseo a los perros.
Lo más raro que me ha sucedido nunca fue cuando… En un funeral, dentro de una bonita iglesia, con el cuerpo presente de la madre de una amiga, y el cura oficiando el responso, una persona sentada en primera fila miró hacia atrás, se fijó en mí y salió corriendo hacia donde yo estaba, de pie y muy cerca de la puerta. Agitaba un ejemplar de mi libro con la mano, mientras me decía con voz grave, y poco discreta: «¡Sabía que ibas a estar aquí. Me tienes que firmar tu libro. ¿Tienes boli?!»… Entonces, por primera vez –y única− en mi vida, creí que Dios sí existía.
Y lo peor…  El dieciséis de abril de dos mil diez.
Aún más, si te dedicas a lo mío la gente no dejará de tocarte los huevos con… «Esto que te  cuento no lo vayas a escribir.»
He perdido el entusiasmo por lo que hago cuando… Una librera en edad difícil te castiga porque no has pasado por el aro. El suyo, claro.
Sin embargo, lo mejor de mi trabajo, sin duda, es… Los gin tonics −sin floripondios−  con mi editor.
El mejor día que recuerdo en el trabajo fue cuando… Precisamente, el día que ese mismo editor, me dijo que publicaría mi primer libro.
Cuando quiero tomarme un descanso me dedico a… Molestar a mis amigos.
Así es como veo el futuro de mi profesión…  El oficio de escribir, ese arte tan personal, recóndito y egoísta, tiene tanto futuro como vueltas de el mundo. En lo personal, mi futuro depende de la complicidad que mantengo con mi editor. Por un lado, para escribir un próximo libro. Y, por el otro, para inventar, y divertirnos, con nuestra particular idea del «marketing». Se trata de seguir vendiendo libros que, todo hay que decirlo, aunque no me pagan las facturas, sí que me proporcionan babilónicos momentos de vida.
Eso sí, si un día logro jubilarme querré pasar el tiempo que me queda… Estoy bastante lejos de la edad de jubilación, pero ya tengo una beca vitalicia. Así que ya estoy pasando el tiempo, tal y como yo quiero. En todo caso, me faltarían dos cosas por hacer: viajar en globo y cenar con Benicio del Toro. Tengo tiempo para no cumplir ninguna de las dos.
El último libro que he leído ha sido… Estoy releyendo el Manual del perfecto canalla, de Rafael de Santa Ana.  Hay un par de lecciones que aún no termino de aprender.
Y lo conseguí en… en Blanca de Navarra, 6.
Y el primero que recuerdo que leí fue……… Corazón: diario de un niño, de Edmundo de Amicis. Fue una lectura obligada en el colegio, por cierto, republicano español, en México.  Tendría unos ocho añitos cuando la madrileña profesora Teresa nos hizo leer cada uno de los libros que conformaban la pequeña biblioteca escolar. El segundo fue un clásico: El Principito. Ese fue un regalo de mis padres.
En mi mesilla tengo ahora para leer… El libro de los viajes equivocados,  de Clara Obligado. Myriastérides y otros relatos, de Josefina Martos, un regalo que me traje de Granada.
Me gustaría añadir que…
Tú me/editas. Yo mi/edito.

(De Pizca de sal, Trama editorial, 2012)

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