Algo se está perdiendo en la pelea por ganar participación en el mercado del ciberespacio: el interés público. Las bibliotecas y los laboratorios—nodos cruciales de la World Wide Web—se están colapsando bajo la presión económica, y la información que difunden se está desviando de la esfera pública, donde puede ser más beneficiosa.
Esa información no es gratuita o “pretende ser gratuita,” como los entusiastas de Internet proclamaron hace veinte años[1]. Viene filtrada por una tecnología cara y financiada por poderosas corporaciones. Nadie puede ignorar las realidades económicas que sustentan la nueva era de la información, ¿pero quién discutiría que hemos llegado al equilibrio correcto entre comercialización y democratización?
[1]Como un ejemplo del temprano idealismo de Internet, ver John Perry Barlow,
“A Declaration of the Independence of Cyberspace,” proclamado en Davos, Suiza, el 8 de febrero de 1996, disponible en eff.org, la página web de Electronic Frontier Foundation