Y de Vitoria... nos fuimos con Perroantonio a Bilbao | Trama Editorial

Y de Vitoria... nos fuimos con Perroantonio a Bilbao

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Nota de sociedad de la presentación en Bilbao

ECOS DE SOCIEDAD

Esta tarde noche, en la afamada librería Cámara de Bilbao, ha tenido lugar la presentación del último libro del no menos famoso autor Perroantonio, con gran éxito de crítica y público.

Llenaba el local una muchedumbre de aspecto heterogéneo y variopinto, que oscilaba entre los que parecían pertenecientes a la última célula del Partido Comunista de Euskadi, algunos del tipo ácrata menesteroso y, los más, de apariencia puramente patibularia.

Destacaba poderosamente un individuo de aspecto hosco, sombrero en ristre y no faltaba algún escritor de tronío de la Villa.

El acto, de una frugalidad y humildad realmente encomiables, transcurrió por los cauces más o menos habituales en este tipo de saraos, siendo de destacar, es de justicia hacerlo, la gran amenidad de quienes hablaron, que, salvadas las tres citas culturetas indispensables para satisfacer la vanidad de los allí presentes, condujeron el evento con una naturalidad y buen humor exquisitos.

Hubo, eso sí, un momento crítico, cuando el autor, acorralado por uno de los conferenciantes y ante el pasmo del marxismo-leninismo presente, reconoció haber sido poeta, haciéndose un silencio sepulcral que gracias a Dios fue interrumpido por una mujer hembra que, yendo más allá, aseguró haber adquirido en su día un ejemplar de poesía ¡erótica!, circunstancia corroborada por otra interviniente, no se sabe bien si porque fueron las únicas o porque ninguno de los hombres fue capaz de reconocer tamaña culpa.

El acto terminó con unas palabras del autor, a quien se advertía nervioso, que citó como referentes a Houellebecq y Martín Olmos, quien resultó ser el sujeto del sombrero, que se mantuvo inalterable.

Por citar algo de lo que el escriba pronunció, cabe reseñar dos ideas que el público aplaudió, no se sabe bien si por afinidad o por ser las últimas, a saber, que somos todos unos románticos y que el cinismo es guay pero no arregla el mundo.

Finalizado el evento, los asistentes se recogieron cada quien a su buhardilla, alguno sospecho que a prisión, y un servidor tras abrazarse morigeradamente con el hombre del día, como corresponde a dos baracaldeses de pro, corrió a recoger a su dueña, a la que mostró el frontispicio del opúsculo, no mereciendo mayor comentario que el de “¿Y esto se supone que tiene que hacer gracia?”.

Nota bene: al momento de abandonar este cronista el local, Martín Olmos ganaba posiciones acercándose al Perro, digo yo que para saludarlo.

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