Yánover, el librero establecido. César Romero | Trama Editorial

Yánover, el librero establecido. César Romero

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En la añorada librería Rialto, que se ubicaba en la sevillana plaza del mismo nombre, aunque el callejero la llame Jerónimo Hernández, la librera Belén Rubiano regalaba con cada compra un punto de lectura color hueso que recogía, en una grata tinta verde, el siguiente texto: «Tengo que rendir un digno y justo homenaje. Lo mejor de una librería no es el libro ni lo que el libro pueda llegar a significar; no son, por supuesto, ni las estanterías ni los proveedores. Lo mejor de una librería son los clientes de las librerías. Son los habitués, los lectores, los amigos, los compradores de libros. A ellos, porque son hermosos y hacen posible la belleza, yo les doy un abrazo, emocionado». Y debajo venía una firma: H. Yánover. Probablemente gracias a estos puntos de lectura algunos aficionados a la lectura supimos de la existencia de Héctor Yánover, «librero establecido», como solía firmar, y destacado en una ciudad con muchos libreros, Buenos Aires, y rápidamente simpatizamos con él, porque sabíamos que debía de ser, o había sido, un librero como Belén Rubiano, de los que han leído mucho pero no dan lecciones ni pontifican sobre sus lecturas, de los que descubren al lector vocacional con sólo intercambiar dos palabras, de los que empeñan lo que no tienen montando una librería y no renuncian a hacerlo pese a los reveses económicos y las sempiternas crisis del sector, porque en la charla con los habitués y en el descubrimiento de un verso o un párrafo de un autor novel les va la vida entera.

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