Ni Santa María del Naranco es más de Oviedo que Concha Quirós. Sin embargo, la librera, jubilada ante la ley pero no ante su conciencia de difusora cultural y asesora de lecturas para todo aquel que le pida consejo, nació en la parroquia de Pillarno, en el concejo de Castrillón. Corría 1935 y, siguiendo las costumbres de la época, su madre regresó a la casa de sus padres para dar a luz a su primera hija. Ha vivido y trabajado fuera de España, pero su lugar siempre fueron los pasillos de la Librería Cervantes, ese punto de observación blindado de lecturas desde el que ha seguido las transformaciones de la ciudad en los últimos sesenta años. Y los que quedan, porque el establecimiento familiar, hoy en manos de su sobrino, será centenario en el 2021 y habrá que preparar algo grande para celebrarlo.
–Fue un meritoriaje desde la infancia. ¿Cuándo sintió que había aprendido?
–Pues perdí ocasiones cuando me licencié. Me ofrecieron trabajar con Foyles en Londres, llegué a trabajar en París, pero ya me parecía que me debía a la librería, que la librería me necesitaba. Por entonces, éramos mi padre, otra señora, el chico de los recados y yo. Vamos, la mínima expresión de una librería.
–¿Cómo era entonces el negocio, cómo lo recuerda desde este espacio que nos acoge ahora?
–Vimos que el local se nos quedaba pequeño. Teníamos más cuerpo que camisa. Buscamos entonces otro local próximo, surgió la oportunidad de venirnos aquí porque el comercio anterior, una tienda de tejidos, estaba en crisis, y nos trasladamos. Solo teníamos una planta pero tuvimos la suerte de ir ampliando el espacio de manera natural, al trasladarse las empresas instaladas encima de nosotros. No fue premeditado, salió así.
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