Mi primera visión del mundo fue agua velada, escribe Anaïs Nin, esa agua velada en mi caso fue el café de mi abuela, endulzado con papelón, en taza de peltre y sentado en el poyo de la ventana. El café ha estado asociado al despertar, a la conversa al estudio y a la escritura no por poca cosa más de uno ha lanzado lapidarias frases y odas.
Cuenta la leyenda que Balzac se tomaba unas cincuenta tazas de café al día.
Este café cae en el estómago… A partir de ese momento, todo se agita. Las ideas rápidas se ponen en marcha como los batallones de un gran ejército… […] La pluma se desliza por el papel, el combate, la lucha, llega a una violencia extrema y luego muere bajo un mar de tinta, negro como un auténtico campo de batalla que se oscurece en una nube de pólvora.
«Un sorbo baña los espíritu deprimidos y los eleva más allá de los sueños más sublimes.» John Milton
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